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Dios, después de crear al hombre, le dio una linterna y le dijo:
“Y ahora ya puedes ir a buscar en cualquier lugar del Paraíso tu residencia preferida.”En aquel tiempo el Paraíso era todavía el Edén. Y los campos y el mar no estaban sembrados de alambradas. El mundo era una gran explanada sin aduanas donde todo era de todos y nadie carecía de nada.
Adán desde su libertad estrenada y ayudado de su lámpara podía tomar como casa el mejor paraje que le viniera en gana: la fértil orilla de un río, el caladero de una playa, y hasta las abrigadas laderas de una frondosa montaña.
Pero Adán se vio obligado a escoger como morada la desangelada puerta de un supermercado. Y allí en la cancela iluminada de aquel bullicioso establecimiento asentó sus posaderas. Dejó sus pertenencias en el suelo: su libertad y su linterna de barro y se puso a trabajar de mendigo.
Al cabo de unos años, Dios, en un día rebajas, fue a comprar betún para sus mocasines divinos, y se encontró con Adán vestido de pobre en las puertas de aquel super.
"¡Cómo! ¿tú aquí con tu libertad sin estrenar y tu linterna apagada?"
“Sí, mi Señor, olvidaste darme las cerillas, y me refugié aquí a la luz de las farolas de este endiablado mercado donde medio engaño al hambre.”Y fue entonces cuando Dios corrigió su error y compasivo le entregó al hombre su MasterCard para que mejor pudiera ver cuan pobre era.
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