La manifestación de mañana

Desear el mal ajeno no es bueno. Que somos casi manchegos. Pero aquellos que con manipulación y verborrea contaminan el agua de cada día deberían morderse la lengua antes de decir esta boca es mía.

Nadie en su sano juicio, si le dicen que van a echar el tablacho en la acequia de sus sueños, se queda con los brazos cruzados. Y si para ello debe manifestarse mañana, no lo dudará un momento. Pero otra cosa es saber de los remolinos turbios que se esconden bajo el agua.

¡Ay de aquellos que arengan al pueblo con los puños en alto para arrimar el trasvase a las sardinas de su partido y quieren conservar su escaño con la revuelta del agua! Y ni entre ellos se ponen de acuerdo. Chulos que putean a su querida. Prostitución acuosa.

No entiendo como el agua mansa y tranquila se deja hacer por estos o aquellos en confrontaciones y lindes. El agua es una. Ni de unos ni de otros. Es buena. No sabe de estatutos, ni de autonomías.

Si el agua fuese lluvia, aire, calle, embalse o río, discurriría libre sin portillos ni presiones. Y las vitales necesidades de todos, colmadas. Pero hace tiempo que en nuestra tierra el agua dejó de ser agua para todos, interesado slogan. Y vendió su cuerpo y se hizo voto, se transformó en negocio, ladrillo, en fuente de discusión tergiversada y vacía.

¡Paisanos, no juguemos con el agua, no la provoquemos que puede convertirse en diluvio y fuego! Y lo que ayer fuera abrazo y vida, puede, que nuestro llanto mañana.