lunes, 16 de marzo de 2009

Pan por setas



Entre vueltas empinadas de bosque y cielo llegamos a un pueblo de casas blancas. El sol acaricia los tejados de la calle silenciosa y estrecha. Por una chimenea vieja se escapan vapores aliñados de placidez y descanso. Se huele a carne a la brasa, a guiso de arroz. La abundancia de aromas a pimentón y perejil se contradice con la soledad que se palpa. No oímos el crepitar del fuego, pero el olor a leña quemada, sarmientos y rajas de olivera bajo un puchero de barro sobre unas trébedes bien ancladas, me traen y me hablan, me llevan a ese lugar seguro del recuerdo donde las ascuas del tiempo arden de infancia alegre y quieta.

Bajamos del coche. Una cortina de tela gris delante del postigo de tablas agrietadas protege del calor y sombrea la estancia. Dentro: un patio fresco de cal y geranios bajo la parra de un jazminero de luces vivas. Y en el pozal de aluminio que reposa sobre el brocal del aljibe se reflejan las llamas del rincón de la cocina.
“¿Hay alguien?”
Nadie responde. Y allá al fondo junto al fuego, veo a un hombre que atiza la lumbre. Lleva una gorra de paño negro. Voceo más fuerte. Hasta que el labriego, decidido y risueño, sale con un porrón de vino. Le sigue tranquilo un perro.Y el hombre nos ofrece un trago.
“Vamos al Encinar del Monte. Se nos olvidó el pan, y buscamos una panadería.”
El hombre se quita la gorra y con ella en la mano se rasca la cabeza con gesto contrariado:
“A estas horas, el hornero seguro que duerme la siesta. Pero no se preocupen.”
Y al momento saca del amasador un pan de carrasca que huele a bellota y romero.

Luego a la tarde, ya de vuelta, paramos en el mismo pueblo, junto a la misma casa. Y al mismo hombre de la gorra de paño que nos regaló a la ida el pan de bellota, le damos nosotros ahora la mitad de nuestras setas recién cogidas.

1 comentario:

  1. Así es la vida de hermosa, canjear una hogaza de pan casero por una buena recolecta de setas. Pero el mundo no lo entiende, Juan, y nos amarga el paseo por esta vida. Los poderosos lo tienen todo, pero también quieren quitarnos el pan del labriego y la recogida de setas, y hasta nuestra propia vida si les estorba, solo porque vivimos en estado de alerta solidaria, sintiéndonos parte de todo lo que acontece a todos. La injusticia duele en el tuétano de la conciencia, aunque directamente no se sufran las consecuencias. La sensibilidad humana no se oxida con el tiempo, muy al contrario, luce más brillante todavía.

    Un abrazo de maravillas y sus estrellas por este hermoso fragmento de pura sensibilidad humana.

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