jueves, 5 de febrero de 2009

Mi tío


Era hermano de mi madre. El único tío vivo que me quedaba. De origen rústico y tozudo, como mis abuelos. Así porque sí no daba fácilmente su brazo a torcer. Tenía todas las virtudes que puede tener la derecha. Hombre puntual y consecuente. Honrado, fiel a sus tradiciones, conservador de principios y soñador de utopías en desuso. Falangista en su adolescencia. Autodidacta en su juventud. En su madurez nostálgico de victorias truncadas. De religión: cruzadista, apostólico y romano. Y de costumbres abnegadas.

Además de estas recias inclinaciones mi tío era buen contertulio, socarrón y un tanto escéptico a pesar de su fe a prueba de martillo. Y convencido de que el poder, todo poder, incluido el del diablo, es participación de la potestad divina. Le gustaba el olor del campo, la yerba buena, los viajes y el vino.

Él: Joseantoniano; yo: socialista y republicano. A pesar de nuestras diferencias (nadie diría que yo fuera su sobrino), nunca estuvimos enfrentados, aunque sí distanciados, sobre todo en los años de la dictadura. Y es que los genes de una misma cepa se atraen instintivamente aún a contracorriente. Los genotipos no entienden de política.

Por encima de las discrepancias y confrontaciones ideológicas entre nosotros siempre primó la biología, esa ciega memoria que tienen las neuronas de pertenecer a un mismo fajo de conexiones luminosas, o la de los dedos de reconocerse como salidos de la misma mano. Por eso cuando nos veíamos aparcábamos con respeto nuestros personalismos, hijos de nuestra propia y particular experiencia. Y los dos nos alegrábamos de tener la misma sangre. Que los parientes están obligados a quererse. Y recordábamos a gusto las manías de algún común antepasado. Tal vez por eso cuando yo fui represaliado por el franquismo, él viniera a verme a la cárcel, aunque fuera para decirme: ¡quién me iba a decir a mí...!

No es que a mí me diera igual que mi tío se aferrara a su bandera, al valle de los caídos y a sus flechas: pero por encima de su mentalidad y sus apetencias partidistas, él llevaba en sus venas lo que me quedaba de mi madre. Por eso cuando ha muerto me he olvidado de ortoxias y creencias y he llorado por los dos. Mejor dicho por los tres. Que por mí también lo siento.

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