
El sueño. Un río fronterizo me impide alcanzar esa plantación de fresas que se deshacen en otras bocas. Sueño con una muchacha agradable y desenvuelta. Y me deleita su charla de colores verdes y granas. Me habla de fruta y de amores, de futuras cosechas.
En el sueño, entre ella y yo no hay ningún coqueteo, complicidad, ni intención malsana. La joven me trata como un amigo mayor, y yo con venerable respeto. Que hasta en el sueño atado y bien atado mantengo yo mis instintos. Es en la vigilia donde se me escapan las pasiones que no tengo. Ella me cuenta que el último hombre del que se ha enamorado es el mozo del bar donde almorzó esta mañana. Le encantó su forma de cortar el jamón en lonchas finas, y ver con que destreza sus manos húmedas, carnosas y casi transparentes colocaban los cubiertos encima de la mesa. La muchacha me dice que quiere ser su tenedor y cuchillo para ser tratada de forma tan delicada.
La joven me relata las cualidades del muchacho que acaba de conocer: sus ojos negros y agitanados, su desgreñado peinado, su andar firme y decidido. Y conforme me describe los detalles de su reciente deseo, conquista en trance, noto que su cara se afea, como si una relación de causa y efecto desproporcionado hubiera entre las lindezas del muchacho y las muecas contrahechas de la joven. Y hay otro momento crucial de la charla, que aún siendo breve y como en segundo plano, intuyo que sería de vital importancia para un psicólogo que me analizara, y es que confundo a la chica del sueño con quien pudo ser su madre, una antigua amiga mía.
Seguimos los dos sentados en la calle. Vemos un desfile, un pasacalle, el tránsito de una romería, una trashumancia. Yo no sé claramente lo que vemos, porque ajeno estoy a lo que a mi alrededor pasa. Sólo pienso en un cuchillo manchado que corta trozos de jamón ahumado. Y en ese momento acerco mi silla a la de la muchacha porque no quiero que un cabestro nos arrastre en medio de la calle.
El movimiento de librarme del empujón del astado me despierta. Y trato de seguir soñando. Quisiera completar el sueño con la realidad de mi imaginación, despierto. Y huelo en las sábanas la ilusión enamorada de la joven y mis celos tontos que no entiendo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario