
Las cosas en sí no son importantes. Si pierdes la llave del cajón donde guardas tu secreto, no pierdas los estribos, no sufras por la llave, llora más bien por tí que te quedaste sin saber quien eres.
Si las coles que plantaste y que crecían abiertas, azules y lustrosas, son devoradas por la cochinilla, que no te quiten el sueño. No te apenes si sus hojas quedaron como un colador esqueletizadas por la lombriz, que las cosas en sí sólo tienen la importancia que accidentalmente se les confiere. Y lo que para tí supondría la caída de Las Torres Gemelas, a tu vecino, o al lector ocasional que por aquí pasó, le importa un rábano que tus berzas se agusanen.
Y es que hoy vi un elefante enredado en una tela de araña. Y el mastodonte rabiaba de cólera en su prisión fantasma. Bramó hasta hacerme pensar que no mereció la pena que yo estuviera dos noches sin dormir por perder una llave, o que me enfureciera porque mis berzas son minadas por una plaga de piojos hambrientos.