Ella se llama Abril. Tiene cuarenta y tres años pero sus días son jóvenes como el agua de la cabecera de un río. El se llama Otoño y alza su frente despejada al óxido del viento. La pícara pelambrera del muchacho de hace tiempo la deshojó un vendaval allá por la mocedad de sus caprichos al pairo. Aquella greña inquieta, hoy pronunciada calva, aguarda aún su madura oportunidad nupcial. No piensa morirse sin que florezcan de nuevo sus ramas. Retallará la vara en la solana.
Hasta hoy las vidas de Abril y Otoño fueron estaciones separadas. Y lo que fue distancia y tiempo, trayecto y deseo, pronto será ágape y encuentro. Ya no más esperas, ni trenes de largo recorrido. Otoño casarse quiere.
Y mientras Abril se engalana para el enlace, él se dirige al juzgado. Necesita la partida de nacimiento. Y allí mismo en el registro le dicen a Otoño que su boda no es posible, pues junto a su partida de nacimiento una nota al margen reza que su defunción tuvo lugar hace siete meses:
“Tendrá usted que justificar que está vivo si quiere formalizar su matrimonio.”
JOOLin, y yo que me veía un poco en el lugar de Abril...
ResponderEliminartenemos mucho en común, despues de todo. Y mi Otoño, aunque lejano, está en espera de esa deseada, soñada, y venidera felicidad en común.
;) ojalá y sigamos vivos.
Saludos, en Junio, de ABRIL.