Como casi todos los niños de la posguerra aprendió a rezar mucho antes que a llevarse la cuchara a la boca. Además de hambre el huerfanito aquel era un poco zocato.
Y de las pocas veces que lo sentaban a la mesa para calentar su estómago vacío con una sopa coloreada de pimentón y resaltar así la carencia de tropezones y pitanzas, la monja le corregía:
“Nene, se come con la derecha.”Así una y otra vez. La sor ya no sabía cómo advertirle al niño para que comiera como Dios manda. Hasta que un día de inspiración divina a la monja cual otra Montesori de la enseñanza se le ocurrió decirle al parvulito:
“Mira, nene, intenta coger la cuchara con la misma mano que haces la señal de la cruz en tu frente desnutrida y ya verás como de esta manera...”Y fue a partir de aquella santa e interdisciplinar recomendación como al niño aquel jamás se le olvidaría comer con su mano acertada. Eso sí, no sin antes hacer un disimulado amago como si se santiguara a escondidas.
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