miércoles, 21 de mayo de 2008
La inspiración de la patata
La raíz, como la luz del día, a gritos suspiraba por salir del agujero en el que su pronunciada timidez la tenía sumida en la noche de su yermo invierno.
No hablaba con nadie, ni siquiera consigo misma. Lo suyo era más que autismo. Ausente de todo, ni siquiera daba vueltas sobre su centro destartalado, porque aquella raíz decrépita y con el pelo escaso no tenía centro, ni eje, ni referente. Desde hacía un tiempo por las dendritas retorcidas de su savia apagada no circulaba metáfora ni simbolización algunas.
La raíz además de tener calvo el pelo, tenía abotargada, negada la imaginación. Tan ensimismada estaba que no le importaba yacer enterrada o en campo abierto. Ni sensible, ni arisca. Incluso las piedras se dejan limar los filos por el viento y por el tiempo. Pero a la raíz agrietada, sin centro y con el cuerpo ocioso los días le importaban un bledo. No es que maldijera sus años o sus muñones o las cabezonerías de los hijos que no tenía: su inspiración estrangulada. A la raíz todo le importaba nada. Era un tormo anudado a la sordera de su propio mutismo, su creación encerrada y muerta.
Hasta que un día, de la raíz oscura brotaron unos tubérculos grafológicos y se puso a jugar con ellos como un niño lo hace con su mecano a rebosar de combinaciones. Y asomó a la luz la construcción "patata". Y a la raíz la invadió ese sopor íntimo que siente una mujer entre realizada y pletórica después de hacer el amor. Y a flor de tierra el fruto de la patata fue entonces boca crujiente, dichosa y tierna por la que respiró todo el caos formateado para de nuevo ser evocado.
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