jueves, 14 de febrero de 2008

San Valentín


Todos aquellos que insisten que hoy 14 de febrero tengo que obsequiar obligado a mi congénere me la rempampinflan.

Ya pueden ser Valentín o san Antonio Bendito. Estos santos predicadores son “celestinas” disfrazados de Dionisios y llevan comisión de la floristería de al lado. Sirven a un Cupido de terciopelo de corazón almidonado. Su saeta es cartón mojado y su beso huele a encargo. Y para más inri sus orquestadas proclamas están llenas de machismo a espuertas, pleitesía doblegada hasta los juanetes y de trato figurado.

“¡Qué poco romántico eres!” –escucho que me dices de inmediato.

Yo no invitaré esta noche a cenar a mi pareja a un restaurante de velas y camareros ataviados de “Cañetes”, nostálgicos resentidos, porque me lo diga un “becquer” vestido de lentejuelas, o aquel de los ojos glaucos que se metió a poeta por mandato del mercado.

El amor sale de dentro y no conoce de almanaques. Lo mismo te coge en el tajo que, desocupado, sin un duro en el bolsillo, en cuaresma que en adviento, o en un mes que ni siquiera viene en el calendario. Y si acaso de afuera viniese, por supuesto que lo haría, pero no con tal encomienda, y mucho menos con decorados tan charros.

El amor es la sorpresa y se presenta de golpe como una nube de verano, o como la callada brisa, sin descanso. El verdadero Cupido no precisa de unos idus señalados, siempre late su deseo, ese tañido divino que de vibrar nunca deja.