domingo, 20 de enero de 2008

Viaje al fin de la noche


Fuera la noche está sola. El ciprés junto a la verja de la entrada escolta la casa. A través de la ventana veo un silencio de gatos ocultos que derrama su negrura entre las estrellas. La luz felina (celina) de sus ojos espías atraviesan sigilosos la oscuridad. La linterna de la luna alumbra un racimo de nubes atrapadas entre los espinos de la montaña. Eternas las nubes, no se cansan las nubes, siempre las mismas y tan distintas, siempre con sus espadas sobre nuestras cabezas. Las nubes sueñan granizo y apestan sus senos a lodo de la próxima riada. El gallo y las gallinas también duermen su insensata ignorancia desde el atardecer. Los gorriones acurrucados bajo la curva de una teja junto a la salida de la chimenea sueñan con la generosidad de un trigo que no espiga. Y un frío que pela se palpa en la humedad del tronco emborronado de la olivera.

Dentro, junto a la chimenea encendida escribo para no morir en la noche. La vida es esperar la muerte, ver como muero mientras vivo. Y siento la luz de esta llama que se consume poco a poco. Como dice Celine en su “Viaje al fin de la noche”: la vida es “un cabo de luz que acaba en la noche”. Cristales de escarcha se derriten sobre mi piel avivada.

Quisiera robarle al tiempo este instante, este trozo de lumbre, guardarlo en esta entrada, para que mañana, una vez muerto, alguien que leyera este blog con sus letras se calentara.