jueves, 20 de diciembre de 2007
Liberales
Hasta hace poco cuando alguien me regalaba el ánimo con el vocablo liberal, sin pensarlo, confiado me dejaba llevar de su beneplácita mano al árbol frondoso de las bondades donde yo esperaba alcanzar el fruto maduro de la tolerancia, el respeto y la divergencia complementaria de pareceres varios.
Ahora cuando oigo la palabra liberal me pongo a temblar, se me dispara la pistola del recelo. Me pasa lo mismo con aquellos que en medio del fragor de una conversación acalorada sobre la conveniencia o no de regular la inmigración irrumpen con su delatado mentidero “y que conste que yo no soy racista”.
Nunca entendí a quienes con bombo y platillo pregonan su intransigencia recurriendo al término liberal que significa justo lo contrario. Ponen esta palabra de cabecera en sus diarios, en el frontispicio de sus cadenas y medios. pero con sus voces de espinos vituperan, reprimen, reducen a esqueleto de avispa al señor de los michelines sueltos.
No voy a señalar a nadie en concreto. Sólo diré que son como lobos que se embadurnan sus patas con harina para engañar a pobres cabritillos.
Así como hay leyes para inculpar a los estafadores de marcas y billetes falsos, también se debería sancionar a los falsificadores de la palabra, a los que trafican con el término liberal, dándonos gato por liebre.
Ya lo dijo Miguel Delibes el otro día: “A los mayores tiranos siempre les gustó tener fama de liberadores”.