domingo, 23 de diciembre de 2007

En todo lo que haces no hagas nada


Apuras el momento distraído del paisaje cual aquella mole inmóvil a las ráfagas del viento. Aparentemente. Pues tras el azote de los años, aquella piedra altiva que fuera hito y ara de los que por allí pasaron, hoy tan sólo es un risco desguazado que llora sus abrasivos cantos apagados.

Entretenido, engolosinado como un niño paladeas el último chupón de la piruleta. No quieres que se acabe el caramelo de lo que miras y al mismo tiempo no pierdes ripio de lo que te rodea.

Me dijiste "leo para adentrarme en la realidad, visitar la zona oscura, dar con la veta limpia de la pepita del Dorado".

Y recuerdo que te contesté:

el Dorado es precisamente aquello que desaparece justo en el momento en que llegamos”.

Esta mañana matas el tiempo esperando en la carnicería del Pichorro el medio kilo de cordero para celebrar tu navidad querida, el ramadán de todos y te pones a leer para no perder el tiempo, mientras delante de ti una mujer de campeonato aguarda también ser despachada en la cola.

Lees sin enterarte, con un ojo en la libreta y el otro fijo en las dulces caderas de la mujer que te precede. Y no has podido deleitarte tranquilamente en la belleza de sus curvas ni tampoco gozarte con la lectura.

Y recuerdo las palabras de mi padre:

“Nene, no se puede repicar y al mismo tiempo ir en la procesión”.

O dicho de manera más curtida:

“En todo lo que haces no hagas nada”.
(Keizan Zenji)