domingo, 9 de septiembre de 2007

Galdosiano acento


Hoy Lázaro respira el monte, huele los pinos, saborea las palabras, relee a Perez Galdós, y el alma se le desmigaja contemplando los peces de la balsa del Valle Perdido. Ya ni se acuerda del loco dolor de muelas que esta mañana lo tiró de la cama.

El peso de la realidad desaparece. Y Flaubert le recuerda que leer es una orgía, el único modo de soportar la existencia.

Leer y respirar todo es lo mismo, lo mismo que desatar el nudo que estrangula la circulación oxigenada que enriquece esta sierra. Hay quienes beben para olvidar, pero ahora el hombre lee para matar la realidad, resucitar el sueño de Clara, anastesiar su inflamación dentaria. Que la lectura es avivar de nuevo las esperanzas que don Ramón Villaamil tiene por recolocarse en su trabajo, la lusión de sus días, recuperar su ayer perdido y corregir los defectos de su primera existencia muerta y retomarla viva. Que “las miaus” amanecen cada día.

Hay quienes viven para hablar, para correr. Esta mañana el hombre se sienta sobre las ruinas de un castillo junto a esta fontana de oro, a las faldas de la Cresta el Gallo, paladea las miserias de su rutina venida a menos y llora sus estrecheces. Sus lágrimas son las semillas y su lectura el nuevo fruto de su tierra replantada, librar del maltrato a su querida Clara y verla florecer de nuevo en el jardín de su casa.

Lázaro esta mañana hace el amor con los peces de la palabras que un día Benito Perez Galdós a finales del XIX escribió junto a una fuente dorada.

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