Lo mismo que la hembra del dragón de Comoro no necesita al macho para reproducirse tampoco la sociedad civil precisa de la garrucha de la Zarzuela para que el agua de la democracia siga fluyendo limpia por nuestros campos y acequias.
Mal que le pese a algunos el himen de la Casa Real a raíz de acontecimientos últimos parece agujerearse. Cualquiera que tenga dos dedos de frente tendrá que convenir que la Monarquía como sistema de representación popular es un anacronismo.
Sólo una situación coyuntural pudo legitimar en su día su restauración forzada y puesta a huevo por un megalómano y dictador. A Franco lo mismo le daba Austrias que Borbones, ajos que cebollas con tal de satisfacer su frustración dinástica. Las condiciones objetivas de la transición hicieron inviable cualquier otra alternativa republicana.
La misma desacralización política tarde o temprano y en buena lid, que no a golpe y porrazo, ni a sangre y fuego, convertirá en mero abalorio histórico a nuestra Corona invicta. El término "Monarquía Parlamentaria" con el que la Constitución define la forma política del Estado español, a mi modesto entender hoy es un retruécano, una antítesis, un querer cuadrar el pleno circular de Las Cortes.
En este mundo de igualdad de género y de oportunidades, de arco iris y globalizaciones no tiene mucho sentido reservar el puesto de Jefe de Estado de por vida y por generaciones sucesivas a un espermatozoide por el simple hecho de mantenerse azul en su cadena reproductiva.
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