lunes, 24 de abril de 2017

El pretendiente de mi hermana




Después de haber estado con él, los dos comiendo juntos celebrando nuestro encuentro, eché para atrás mi saciado cuerpo sobre el respaldo de la silla. Delante: las sobras, los tristes huesos repelados de las patas de cerdo, las copas vacías sobre un mantel rancio de papel oscurecido. Estaba deseando perder de vista a mi viejo amigo.

Fuera, llovía a cántaros. La lluvia sacudía con furia los ventanales que daban a la calle del mesón del Desvío. La tormenta me aconsejaba retrasar la despedida hasta que escampara. El agua rechinaba salmos de penitencia sobre las llorosas cristaleras. Si no hubiera sido por menú tan sustancioso, imposible haber aguantado la presencia de aquel viejo compañero de estudios.

Quedas a comer con alguien a quien no has visto desde que acabaste Magisterio. Y aquel que confeccionaba los apuntes de Didáctica, tan bien resumidos y con letra tan legible y ordenada, ahora come a dos carrillos, regurgitando la ensalada, igual que una cabra, ramas de naranjos. Tú en aquel tiempo, las gracias se las dabas a tu hermana. Por ella te pasaba él gratis las fotocopias de sus resúmenes. Recuerdo que, el ahora mi comensal, cobraba 60 euros por fajo y asignatura. Dinero que el empollón de mi amigo pretendería luego cobrarse a cambio de algún beso furtivo per la mia amata sorella. Le gustaba por aquel tiempo a este Dante colega mío enamorar florentinamente a las chicas.

Terminamos de comer y ya nada en común teníamos, salvo ese odio mutuo que los dos tan bien disimulábamos. Muy pronto satisfice yo sus protocolarias preguntas. Antes de acabar el entremés, unas almendras y una lonchas de chorizo, ya le había contado todos los entresijos de mi vida: que después de terminar la carrera, varias veces me presenté a las oposiciones de Primaria, que no aprobé y que desesperado, apalancado de esquina en esquina, me pasaba las mañanas de invierno contemplando el intermitente de los semáforos de la avenida del Paro: y que en verano, en un chiringuito de Mazarrón, me sacaba lo mío los fines de semana fregando platos como una gata engolosinada. El resto de los días, contemplaba cómo hacían enfurecidas el amor las lagartijas, y que yo seguía más soltero que la una. A él no necesité preguntarle a qué se dedicaba. Por sus antecedentes académicos pensé que por lo menos sería concejal de urbanismo de algún ayuntamiento importante de la Región. Por lo que me contó, mientras se chupaba los dedos churretosos, yo estaba equivocado. Mi amigo, en realidad era presidente y director de un negocio cuyo nombre no recuerdo. Sonaba a algo así como a Enredadera, Palma Arena o Pasarela. Lo que no me dijo, pero sí maliciosamente deduje, es que a través de dicha empresa, il mio amico in quel momento aspiranti mafioso, a lo que realmente se dedicaba era al blanqueo de dinero.

Vidas a parte. Cada uno tiene la que desmerece, hablo por lo que respecta a mi amigo. El destino de cada uno, ni está escrito, ni se lo labra nadie, ni es casual ni fortuito, sino que un día sin razón aparente nos viene de la mano de un padrino sin escrúpulos y alérgico al curro. Así le ocurrió a mi amigo, quien se desposó por conveniencia con la hija del dueño de una casa de subastas en un viaje a Mallorca.

Y si aquella mañana estábamos allí los dos en el Mesón del Desvío, es porque, así como antaño, por ponerle yo a tiro a mi hermana, el me pasaba gratis los apuntes, hoy, al invitarme tan gustosamente a comer, pretendía lo mismo: saber el paradero de mi hermana. Aquel beso que entonces mi hermana le negara, piensa mi amigo el florentino que aún es posible. Besos pendientes y no dados son del recuerdo esclavos.

Como quien no quiere la cosa, me preguntó por mi hermana, disimulando interés alguno. Yo puse cara de basto, no quería en aquella ocasión, como cuando éramos estudiantes, ser otra vez celestina de algo tan libre y sagrado como era el corazón de mi hermana. Al fin al cabo, ella era la dueña en exclusiva de sus sentimientos.
¡Que te den! A mi hermana ni la mientes, hijo de puta. Hoy es la virtuosa esposa del charcutero del mercado de abastos. Y no como tú que te casaste para hacerte con el asqueroso negocio de tu suegro.
A mi amigo tal vez le sorprendieron mis palabras. Se puso nervioso. El cuchillo se le cayó al suelo. Y mientras se agachaba para cogerlo, musitó algo que no llegué a entender.

Luego los dos, como si tal cosa, seguimos con los postres. Él, una tarta de queso. Yo, natillas de la casa. La lluvia, que había cesado, empezó de nuevo; esta vez acompañada de granizo. Mi viejo amigo siempre fue muy torpe e interesado requebrando a las mujeres. Aún así, reconocí que a quien siempre quiso y aún quería este pobre hombre era a mi hermana. Sentí pena por él. Y a mi me invadió un cierto arrepentimiento. Tras bebernos los dos una botella de Gran Reserva de Valdepeñas es normal que a mi me diera por sincerarme.

Los amarillos del sol se reflejaron tenues sobre la tarde desapacible. Las nubes habían desaparecido. Llegó la hora de despedirnos. Quise arreglar mi despropósito anterior, la manera ineducada de cagarme en la madre que lo parió, por haberle llamado cobarde criatura y otras cosas que me da vergüenza decirlas. Y para mostrarle mi arrepentimiento, esto es lo que le dije antes de estrecharle la mano:
Perdona si antes fui estúpido contigo.
A veces lo que le decimos al otro es lo que hubiésemos querido haber oído de su boca. Y es así como ahora, pasado el tiempo, interpreto aquella despedida. No fue precisamente para pedirle perdón, sino todo lo contrario. Lo que yo quería es echarle en cara a mi desaprensivo amigo que debería haber sido él quien se disculpara por haber querido reutilizarme como tapadera para tirarse a mi hermana.

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