jueves, 25 de junio de 2009

Sant Joan


Siendo como soy de tierra adentro y de secano nunca pasé la noche de Sant Joan en las playas de Mallorca. Todos los solsticios de verano acompañado estuve del huevo convertido en barco por la magia del amor que me amó tanto, aunque yo tan sólo viera un viejo cascarón averiado.

Y en esta media noche amanecido en El Arenal de la bahía de Palma tampoco pedí ningún deseo; y que fuera el Gran Mago el que me concediera lo que más me conviniera para no verme frustrado por su incumplimiento.

Pero sí que di la mano a todos, y de espaldas al mar con la frente levantada hacia la tierra metí los pies desnudos en el agua, mientras utópicos y esotéricos lanzaban sus flores al fondo de reptiles de la mar. Innumerables círculos concéntricos ahuyentaron luego con sus luces las desgracias, alejándolas del centro, náufragas, al piélago del mal.

Poco a poco las luciérnagas de las velas se apagaron; y sobre nuestras cabezas, globos iluminados, cestas agujereadas de oraciones, surcaron el firmamento vía al desconocido cielo para que las convirtiera tras el filtro del conjuro en estrellas de verdad.

Mientras que alguien en el otro lado en la península, desconfiado intentó descalzo andar sobre las brasas encendidas de la hoguera. Y hoy las plantas de su pies son pura llaga y cura su amargura con el áloe del campo.

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