lunes, 9 de enero de 2023

Malafollá


 
Creo que nunca llegarás a ser un buen escritor –le dijo un sarcástico andaluz a un principiante poeta que vino a pedirle consejo. El buen novelista -añadió el de Granada- precisa de una imaginación clavileña, ser capaz de reírse de los demás, tener mala uva, ese gracejo popular y granaíno entre la sátira y el buen sentido, capaz de saber mentir a sus lectores con cuentos ejemplares que nada tienen que ver con el engaño y la moral, aunque, sin querer, sibilinamente inducen por el contrario al buen comportamiento cívico entre las gentes.

Y si no que se lo digan al buen Cervantes que tuvo la idea feliz o desdichada, según se mire, de hacer pasar a don Quijote y Sancho por el hazme reír de unos señoritos millennials y petulantes. Estaban estos duques perezosos al borde de la depresión y el olvido, debido a sus fiestas marbellíes, gafes, aguadas de mal vino y ocurrencias, cuando para salir de su aburrimiento-existencial, carcoma de su despilfarro y su exagerada y terrenal riqueza, quisieron aprovecharse de la inocencia de estos dos confiados y buenos andariegos, a quienes el destino hizo que pasaran cual dos gorriones de dios por una de sus fincas, atestada de roedores tan depredadores como sus altivos y desocupados terratenientes.

A tal efecto los señoritos invitaron a sus incautos visitantes a subir a un caballo que les llevaría en volandas por parajes inauditos y a rebosar de sensaciones insólitas. Los duques previamente mandaron a sus criados vendar los ojos a los dos jinetes y les convencieron que al final del viaje, como recompensa nombrarían a Sancho gobernador de Barataria y a don Quijote, no me acuerdo con que otra prebenda o canonjía compensarían.

Al final, como se sabe, todo resultó una broma de mal gusto. El caballo era de madera. Y a la cola de clavileño, (asi llamaron al corcel de palitroques), ataron una ristra de petardos que acabaron catapultando a los que a su lomo iban montados, chamuscándoles el culo y haciéndoles caer estrepitosamente al suelo. Lo que no dice la leyenda es que, como contrarréplica a tan malafollá, estos afincados señoritos, al final de este incidente, vieron todos sus bosques y belloteros calcinados por los efectos incendiarios de sus malintencionados cohetes. Y es que el de Alcalá de Henares era un hombre muy comprensivo y sentido común a espuertas.

Nota última: el término malafollá no significa lo que a primera vista nos viene a la cabeza. Malafollá es una expresión cuyo origen viene de aquel herrero cuya respiración tan falta de aire andaba que apenas conseguía encender con el fuelle el fuego de su fragua.

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