He intentado trascender estas vivencias personales, proyectarlas a un contexto más generalizado, sacarlas de su individualismo, desvestirlas de su fatua vanidad, e intentar hacerlas extensivas a tantos y tantos hombres y mujeres que fueron los verdaderos protagonistas de las conquistas de las libertades.
Sin la lectura de otros, la obra del escritor quedaría inconclusa. Por El color de los días pasan cantidad de amigos, enemigos, instituciones y credos, filósofos, escritores y teólogos, poetas y comentaristas, políticos, santos y profetas, mujeres y niños, maestros y herejes, utópicos y tradicionalistas y, sobre todo gente sin nombre, sencilla, trabajadora y sufrida, entre los que te incluyo a ti, mi querido lector, si es que tienes la oportunidad de leer estas memorias.
Historia, circunstancias, personas y situaciones, a veces diversas y hasta contradictorias, que han ido moldeando esta frágil y transitoria vasija de barro de la que estoy hecho. Pues tal como escribiera Erasmo de Rotterdam en su Ensayo Stultitiae laus:
¿Acaso no somos todos una comedia, donde unos aparecen en escena con las máscaras de los otros y representan su papel hasta que el director del coro les hace salir de las tablas?
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Nota. La fotografía de la portada es una pintura de Juan López Bermúdez. El Hermano Sol, de su Colección El cántico de las Criaturas.
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