No me importa que me llames cobarde. ¿Quién no lo es cuando está en juego la supervivencia? Acosado por los rugidos de la tormenta loca y seca que se avecina huyo como lagartija entre el llanto de estas acorazadas piedras que delimitan y sostienen los márgenes de la huerta, contención y cobijo de una tierra que viéndolas venir se las teme negras. ¿Quién no sale corriendo delante de un coro de avispas despavoridas? Hasta al enterrador dejé plantado un día delante de mi tumba que esperaba mi cuerpo cual el verano ajetreado, interminable y cansino aguarda al otoño ermitaño y tranquilo.
La ministra de Economía reconoce que se acercan nubes de indicadores macroeconómicos que muestran una tendencia a la desaceleración. Quien avisa no es traidor. Yo escurridizo le pregunto a la monja bilocada de Franco, aquella sor catalana que en más de una ocasión salvó al Generalísimo de cantados envenenamientos y atentados, que por favor me diga si es verdad lo que predice Nadia Calviño. Además de la locura de Trump, la crecida jacobina de los ultras, la expulsión en caliente de los inmigrantes, la violación de los derechos humanitarios, (o lo que es lo mismo su actual revisionismo acomodaticio e interesado)…, por si faltaba algo, vienen de nuevo a mis oídos viejas palabras como vientos de cola, petróleo barato, depreciación del euro, caída del consumo y del empleo... que ponen mis pies en polvorosa ante, (tal vez), falsos miedos, inducidos o forzados, quién sabe, si con la sola intención de frenar las revueltas próximas que se anuncian por parte de la ciudadanía.
Las banderas de los cipreses a media asta me instan a que me dé prisa. Cojo por tanto la azada y el carretón y, antes que arrecie la tormenta, me pongo a escape a salvar (incluyendo al perro) la cosecha de calabazas. ¡Que su puré al menos, en medio de la nueva debacle vaticinada, nos coja prevenidos y a salvo!
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