domingo, 29 de octubre de 2017

Tiempo intemporal





Leo un libro, Pedro Páramo por ejemplo. Y me resulta genial lo que escribiera Juan Rulfo, al parecer de manera muy rebolicada. No me refiero a su estilo, sino a la composición última de sus partes. Al parecer, por las prisas, el autor debió unir por separado, sin atender a cronología alguna, lo que durante un tiempo iba escribiendo en torno a la historia de un hijo que, por consejo de su madre moribunda, emprende viaje en busca de su padre a quien no conoce.

A pesar de este desorden en el tiempo, o precisamente debido a ello, el hilvane de esta novela me supo a gloria, por no decir a cementerio.

Y es que algunos tienen la suerte de salirle todo bien, a pesar de sus equivocaciones y tropiezos. No sólo me refiero a reyes, papas y gobernadores. Es más, los hay que cuantos más errores cometen, su éxito es mayor si cabe. El desarreglo estructural de Pedro Páramo me parece todo un acierto, una nueva manera de narrar, un maravilloso estilo inventado. Su desorden por tanto no sería inconsciente, sino premeditado. Como si el escritor quisiera traspasar la lógica, la coherencia y sucesión normal de la historia que cuenta, a la que de por sí debería ceñirse cualquier relato que se tercie de creíble.

Y así, contraviniendo toda norma literaria, Rulfo alcanza un tiempo intemporal, el clima propicio capaz de situar al lector en un limbo de experiencias sin explicación alguna. ¿Acaso la lectura no consiste en hacer que, en medio de un mundo incoherente y sin sentido, nos sintamos en ese espacio mágico, exonerados del peso de la gravedad de los irremediables acontecimientos?

Pero, ¡cuidado!, no nos confiemos demasiado. A veces, un buen libro puede sumirnos también en el mayor de los desconsuelos, desconciertos y desarraigos. Aunque éstos suelen resultar casi siempre saludables y liberadores. 

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