domingo, 13 de agosto de 2017

El azul cárdeno del arándano





El cielo, un manto difuminado en distintos tonos de azul: azul diamante, azul fuego, azul para blanquear, azul de la carne, azul cuaresma, azul marino, azul celeste, azul tierra, azul cobalto, un gran bancal de lirios azules plantados en la sementera del cielo. El más dominante, el que se extiende triunfador entre todos los azules: el azul cárdeno del arándano.

La sequedad azulada de un cielo vacío entra por la ventana de la casa de tu madre. Un dolor morado en torrentera se derrama por la habitación, el quejido de un azul pálido de un cuerpo que se va, azul etéreo. Sientes pena de ti, azul de semana santa. Además del azul pasión, está el azul de la nada, el azul violáceo de la muerte. La insubstancialidad azulada de la tarde no es la razón de tu nostalgia. Lo que más te duele, tu azul pálido, es el el azul estéril del arándano mezclado con limón. El azul no molesta, es dócil, relaja, lo utilizan en los hospitales para amainar el dolor.

El azul desata los nudos de las nubes retorcidas, es lienzo del universo, pentagrama inspirado para el compositor, mar gruesa para el pirata, polvos para blanquear la ropa enfandida. La inanidad de este azul insumiso con que se viste la tarde, soporte opaco de tu etéreo e indefinido acento, tono apacible de tu ausencia en contrastes, azul ceniza, azulete de caparrosa, azul ya en desuso y desteñido.
Azulada tiene una iglesia,
la iglesia tiene una cúpula,
la cúpula, media naranja,
pintada de azul a estrías,
que aprietan con franjas blancas,
el corazón de tu madre
y a ti te parten el alma.
Tú ya no sabes si tu madre metaforiza, inventa, memoriza o evoca; pero en sus romances repentizados encuentras el doble sentido, la corazonada instintiva, interpretación de pensamientos azules camuflados con el limón de la infusión de arándanos. El pueblo de Azulada ha escogido como anagrama para su representación comercial, precisamente el curvo interlineado azul y blanco que ahora entra sigiloso, como una serpiente, nada más tú subir la persiana.

A madre le tiemblan las manos por el culebreo azulado de la serpiente que se desliza sigilosa por las dunas de su cuerpo. De pronto se derrama el vaso. La mancha del morado silencio de la infusión de arándano, cae sobre el tapete, se corre en avalancha envolviendo a una mariposa bordada en rojo. La serpiente persigue a la mariposa. La mariposa quiere volar a la aguja de la basílica, a lo más alto del azul del cielo. La serpiente con el dardo azul de su boca atrapa a la mariposa, incapaz de escapar del velillo de la mesa de camilla. Te levantas deprisa para limpiar el tapete. Es tarde. La culebra de un bocado, en un relámpago, engulle a la mariposa.

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