Sprezzatura è un ritmo morale, è la musica di una grazia interiore; è il tempo, vorrei dire, nel quale si manifesta la compiuta libertà di un destino, inflessibilmente misurata, tuttavia, su un'ascesi coperta.
Gli imperdonabili. (Cristina Campo)
Cuando la conocí, nada en ella sobresalía. Cristina Campo no destacaba en nada, salvo que desde que nació, estaba enferma, padecía del corazón. ¿Entonces, qué es lo que ahora yo he visto en su cara, cuando leo sus textos que con tanta fuerza me atraen? La gravedad, tal vez, de su natural comportamiento, la solemnidad de su sencillez y buenas maneras, la exquisita salud de sus letras.
Tal vez, en contra de lo que pienso, todos en el fondo seamos conservadores, o como bien afirma Jean Jaures: Il ne peut y avoir de révolution que là où il y a conscience. El ser humano no se resiste a perderse en un incierto futuro; prefiere seguir vivo en su originalidad conocida y caduca. Más vale pajarico en mano que cientos volando, que dirían los encogidos de espíritu, los que no saben sentir desde sus vísceras.
Me sorprende que Cristina, mujer musical, de poesía profunda y pura, escritora escarpada, de prosa incompleta, traductora conversa, ansiosa por conseguir lo que esconden los nombres bajo su grafía envolvente y tímida, huyera del mundo y se recluyera en el floral rito como defensa. Fiel y consecuente con sus palabras, piedras sin esculpir, sugerencias y paradojas, símbolos clarividentes en la noche oscura, mezza monaca, mezza fata, tampoco me la figuro aliada de Alfredo Ottaviani, aquel cardenal retrógrado, enemigo del aggiornamento de la Iglesia Romana. O tal vez yo, hombre rudo, ajeno a la religiosidad ceremonial, bizantina, ortodoxa, monacal y gregoriana, debiera desde un principio haberme acercado sin prejuicios a esta mujer, de máxima superficie, máxima profundidad, de corazón y manos ligeras, haberla contemplado en su justa medida, como maestra de ceremonias de lo inefable, artífice preocupada en dar forma al fondo, y fondo a la forma, hasta convertir la corteza y el núcleo, el centro y la periferia, en una misma y sabrosa nuez de oro. O como dice mi buena amiga María Rosa de la Columna de los Lunes: no sé, si son las palabras que se enmudecen, si son los pensamientos que no logran aflorar en palabras, o son esas raras circunstancias que a veces nos asaltan en el camino de la vida.
T’ho barattato, amore, con parole.
(Te he permutado, amor, por palabras).
Ti riconoscerò dall’immortale silenzio.Simplicidad profunda. Honda sencillez. Negligencia consciente, estudiada, y de tal manera aprendida que me pareció espontanea. Elegancia descuidada. Temeraria solidaria. Prudencia osada. Arsis y Thesis. Tempo rubato. Impulso y calma.
(Te reconoceré por el inmortal silencio).
Coger la vida, renunciar a la vida. Tomar y dejar es un mismo éxtasis.Como ella, como ese otro quisiera ser, que sobrado de riquezas, caminaba por los senderos de su abultada fortuna con pies descalzos, desposeído de todo. O como el mendigo aquel, como ella, que tan ufana pordioseaba sobre su precaria abundancia. ¡Parecía una sultana, la emperatriz de la Tierra! El león reprimido, la mansa ferocidad del tigre, la elegancia del lince, la humildad endiablada de la culebra.
Tras leer Con manos ligeras, ese escrito que forma parte de Los Imperdonables, quise entender lo que Cristina Campo entendía por sprezzatura. Esta palabra, mitad monje, mitad soldado, más bien me escondía lo que decía. Lo que es, no se puede decir; puede decirse aquello que no es. Cuanto más ininteligibles eran sus oxímoros, mejor yo los comprendía: que nada rezume de tu corazón, -me decía-, que de ti sólo se perciba la sonrisa. En mi vida vi dama tan pobre, con tanta belleza; mujer tan opulentamente ataviada y con tan descuidada desenvoltura vestida. Il mio pensiero non vi lascia. A ella, tan preocupada por comprender la melodía de las palabras, le agradezco que me ayudara "casi" a ver realidad y símbolo unidos, fe y liturgia, la dulce armonía de los contrarios, ambos crucificados en un mismo leño:
La sprezzatura de algunos pedigüeños es tan grande y exquisita y en su mirada resplandece una libertad tan soberana que darles la menor limosna es recibir una gracia inesperada.Cristina Campo y María Zambrano coincidieron en Roma. Fueron amigas. Esta última, la pensadora nuestra y exiliada, discípula de Zubiri, en su libro Aurora, refriéndose a Cristina, escribe:
Ella, la perdidiza, al fin volvió por mí. Y entonces comprendí que ella había sido la enamorada. Y yo había pasado por la vida tan sólo de paso, lejana de mí misma... Por eso nadie podía amarme mientras yo iba sabiendo del amor. Y yo misma tampoco amaba. Sólo una noche hasta el alba. Y allí quedé esperando. Me despertaba con la aurora, si es que había dormido. Y creía que ya había llegado, yo, ella, él... Salía el Sol y el día caía como una condena sobre mí. No, no todavía.Zambrano, M.: Diotima de Mantinea, en Hacia un saber sobre el alma, Madrid,
Ed. Alianza, 1989, p. 197
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