miércoles, 27 de abril de 2016

Marta y María



Maria enim optimam partem elegit. (Lucas 10:42)

Esta mañana, María se ha despertado animada y jovial, igual que esa bella joven con el pelo brillante que anuncia por la tele mocos de gorila y sales de baño. Pocas veces le ocurre. La apatía y la desgana la retienen casi siempre entre las sábanas del sopor y los sueños. Decir que María es una holgazana, no sería justo. El tener que afrontar cada mañana sus obligaciones: el trabajo en la mercería que heredó de su difunta madre, vérselas con los clientes, acompañar a su abuela al centro de acogida, pasarse por el súper y hacer las compras... le viene cuesta arriba. Si su economía se lo permitiera, María viviría como los dioses: dedicada por completo a la ambrosía de la lectura, contemplar desde la celosía de las letras el acontecer de los humanos. María es una alcohólica de las letras. Leer y escribir es lo único que la entretiene. Sin este entretenimiento, no sabría qué hacer con su vida. Un entretenimiento que no es desocupación, sino más bien un quehacer que la lleva a estar bien consigo misma, conectada a la sociedad y atenta a lo que la rodea. A través de sus lecturas, toma conciencia del mundo, de sus aciertos y aberraciones. Y al escribir, reestructura su modo de pensar y ajusta su conducta a las exigencias que le impone el conocimiento que brota del sentir de su escritura. Aunque a veces, tan metida está en estas tareas, que pierde la noción del tiempo y se le quema el aceite en la sartén. El día que no puede dedicarse a sus aficiones, el malhumor como galipote se le adhiere al alma, y anda luego a todas horas angustiada y coja.

Marta y María son amigas desde niñas. Coincidieron en la Escuela Infantil. Después fueron al mismo instituto. Hasta hoy se han mantenido unidas a pesar de sus diferencias; o tal vez, por ello. Una es la chispa y la otra el fuego. Si Marta es el lápiz, María es el folio. Ésta, quieta y reservada; aquella extrovertida y siempre en movimiento.

Marta es vitalista. Se graduó en ciencias políticas. Disfruta de la conversación. Participa en todo lo que tiene que ver con el bien común: voluntaria de la Cruz Roja, donante de sangre, miembro de la Junta de Vecinos de su barrio, secretaria de la plataforma por el soterramiento de las vías del tren, vocal del foro por la defensa del río, miembro de la coral Hims Mola. Y aún le queda tiempo para recorrer el camino de Santiago. Este verano ha hecho la ruta de La Plata. Salió de Sevilla. Y luego de atravesar de albergue en albergue toda Extremadura y parte de Castilla-León, llegó radiante y nueva hasta la mismísima Plaza del Obradorio. Colabora además como cocinera voluntaria en los campamentos que la asociación de padres de niños con síndrome de Down organiza todos los años en Sierra Espuña.

María admira a su amiga por su compromiso y generosidad. Ella no sería capaz de llevar tantas cosas a la vez. Los hay que se encuentran en los demás. Saliendo de sí es como se sienten a gusto consigo mismos. Otros como María, no sabrían ser ellos, ni tampoco comprender a nadie sin la concentración y el ensimismamiento.

No es cosa de buena o mala conducta. No se trata de individualismo o militancia. Son maneras distintas de ser. La bondad parece estar más bien en los cromosomas que en la conciencia. Cada vez que las dos amigas quedan en verse, se lo pasan bomba. El misticismo de una, unido al compromiso y a la sociabilidad de la otra, forman un hermoso tándem que circula ensamblado por los senderos de la complicidad y la alegría. Y lo mismo que María se siente bien a solas en su casa, su amiga Marta se siente estupendamente fuera de la suya. María es voluntarista y activa, pero de trincheras para adentro; en cambio, Marta no podría sobrevivir encerrada entre cuatro paredes.

Hoy es domingo. Por eso a María no le cuesta trabajo levantarse. Se despertó fresca y sonriente como la joven del anuncio de nivea. No le esperan ni le acosan los quehaceres canónicos de los días laborables. Y se entrega entusiasmada a la novela que tiene a medio: Cerca del corazón salvaje de Clarice Lispector.

Marta, en cambio, esta hermosa mañana de domingo, ha salido a caminar por el Valle. ¡Cuántas veces habrá invitado Marta a María a que le acompañe a pasear por el monte! Pero María siempre declina la invitación. Después de dos horas de trepar por riscos y senderos, Marta decide pasar a ver a su amiga. Mira el reloj de su móvil. No es todavía el mediodía.

(Y que no venga ahora el que escribe ésto a redondear a lo Paulo Coelho esta historia, queriendo aunar a las dos amigas en ese retrato perfecto fundiendo las partes mejores de cada una de las dos mujeres. El resultado sería un bodrio, un híbrido repugnante, una auténtica cagada. Pues, como diría Unamuno: cada uno con su cadaunada. Pasar por la misma horma zapatos de distinto número, acabarían sus portadores con los pies reventados de juanetes).

El que escribe no dice nada; pero hace sonar ahora desde su relato el timbre de la puerta de la casa de María. Se escuchan tres golpes amistosos. Es Marta la que llama con su contraseña habitual. María deja el libro de quien dijera un día: Escribir es tratar de entender y tratar de reproducir lo irreproducible, es sentir hasta el fondo el sentimiento que de otro modo permanecería vago o sofocador. Escribir es también bendecir una vida que no fue bendecida. María y Marta se abrazan. Esta última dice:
¡Vayamos, María, a la Plaza de las Flores a tomar unas cervezas!
Y María, al ver a su amiga tan fogosa y acalorada, contesta:
¡Marta, Marta, laboriosa estás, y con tantas cosas estás turbada!
María coge con las dos manos las manos de Marta y la arrastra cariñosamente hacia la salida:
Eso quiere decir que mi cuerpo bendito necesita tomar esa cerveza. ¡Anda, vamos!

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