miércoles, 2 de diciembre de 2015

El olor del pan





Cuando sus ojos se encuentran con alguien, se posan inmóviles como anclas en la mirada del otro. Varias veces he tenido que decir a este joven de mirada sospechosa:
¿Es que tengo monos en la cara?
No es soberbio ni atrevido este muchacho, más bien está lleno de miedo, como si anduviera por un desierto infinito, vacío de caminos y avenidas. No quiere ser arrastrado por vientos negros de señales sin referencia. Por eso se desplaza de su casa a la tahona con pies de plomo, guiado tan sólo por el olor del pan, desatendido de todo. Parece caminar por otro mundo, calles, personas y jardines nunca vistos.

Es espigado, de cejas pobladas, ojos hambrientos, nuca estirada y manos como bujías, como sotos en busca del río. Al verlo tan delicado, me siento intimidada, y a la vez apiadada y seducida. Llevada por mi fragilidad natural, a veces considero las cosas, no por lo que son, sino por lo poco que brillan o aparentan. Tan hiriente y penetrante fija este joven su mirada en todo lo que tiene delante, que me siento invadida, devorada por ojos como estrellas en mi rincón más íntimo, ese lugar tan escondido, que ni siquiera miro porque no sé si dentro de mi existe. Sólo los que saben mirar de ojos para adentro descubren a simple vista recodo tan singular, esa resguardada fuente do tiene su manida, que diría el poeta, toda luz, cosa tan bella, el alimento del alma.

Los ojos del joven me miran desde la nuca, con esa profundidad catódica que arrancando desde sus talones asciende por el tubo de las meninges hasta llegar al cráneo, y al posarse en el mantel de mi rostro descargan rayos de luminosidad azul seráfica.

Delante del mostrador de la panadería espera su turno; y me mira con tal pasión, que siento en mis adentros su mirada triste y dulce. Me baño en el océano de sus insaciables ojos, o de los míos, (que no lo sé), ese apartado sitio misterioso, sin parangón y sin connotación física alguna. Estás más buena que el pan! –leo en sus ojos mudos. El pan como la mar debería también tener nombre de mujer, -le contesto yo con los míos callados y encendidos. Y como la harina y el agua se mezclan y cuajan en igual medida, así me siento yo ahora diluida, poseída y amasada en la artesa de sus ojos sin fondo. Sé que todo esto ocurre en esta mesa de mi imaginación calenturienta. Pero ¿qué más da, si mi goce, aún siendo sólo un dibujo, es más real que cualquier otra cosa creada? ¡Nunca hasta este momento había visto yo en ojos tan absortos el cielo, ni el mar, ni los colores, revestidos de su más escueta y pura esencia! 

Luego, cuando al salir de la panadería, la dependienta, al notar mi cuelgue por el muchacho, me comentara que era ciego, comprendí mi deslumbramiento anterior. Sólo un ciego con su imaginación infinita sería capaz de leer, de entenderme y encender por dentro un simple trozo de pan.

3 comentarios:

  1. Enhorabuena, Juan, me encanta como escribes, tu sensibilidad y tu inteligencia. Un fuerte abrazo

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  2. Bellisimo relato, "de un hombre todo está oculto, salvo los ojos" decía Rembrandt.
    El olor del pan solo se puede comparar al olor de la leña donde se cuece.
    Un abrazo.

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  3. Precioso, maestro. Los ojos que mas ven son los del interior.

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