jueves, 10 de diciembre de 2015

De Allan Poe a The Roots pasando por John Lennon




Sábado, 5 de diciembre del dos mil quince. Auguste Dupin tiene la tarde libre. Se dirige al estadio del Madison Square para ver a los The Roots. Desde que Dupin escuchara aquello de ¿por qué el mundo es feo, cuando Dios lo hizo a su imagen? sigue a este grupo siempre que actúa en Manhattan, por si en alguna de sus canciones estos roqueros de Filadelfia respondieran a la pregunta que allá por el verano del 2010 se hicieron en Dear God 2.0. Hoy hace setenta y cinco años del nacimiento de John Lennon. En homenaje al beatle asesinado actúa también, junto a los Roots, el colombiano Juanes –si me muero que sea de amor.

El concierto duró más de tres horas: el tiempo que Auguste trata de reconocer a la persona que está dos filas más adelante. La música va y viene como la fina lluvia que cae sobre las vidrieras superiores del teatro. Su cara le suena, pero la imagen de este hombre no le viene a la memoria. Obsesionado por poner nombre y apellidos a la persona de la fila 75, el detective no puede deleitarse con los temas que tan sabiamente interpretan los músicos. El hombre se le mete entre ceja y ceja a Dupin, atravesado lo tiene en su pensamiento cual cuchillo en el tambor del batería.

Los ojos del inspector se detienen en el hombre, su mirada pasa inadvertida. Dice: otro más de los miles que aquí vienen a disfrutar de tan magnifica velada. Luego Auguste vuelve a mirar la cara del hombre, como si en su primer vistazo se hubiese dejado algo olvidado. Y al no poder mirarle de frente, se queda con la parte del bigote que sobresale por una de sus mejillas. Y es entonces cuando aquel bigote se convierte en señuelo. Nada más ver de refilón aquel bigote, Auguste cree que se trata de Rocket, el asesino que hace tan sólo un par de meses mató a un empleado de la gasolinera de la ruta estatal 376. El detective sabe por experiencia que, tras el confortable aspecto inocente de cualquier melómano de las 15.000 personas que llenan este recinto, puede esconderse un criminal. Vuelve a fijarse. Pero no, no se trata del asesino de la gasolinera. Aquel hombre era negro. Y este, que está delante de él, tiene el pescuezo color salmón.

Los pelos en punta del bigote hacia la boca hirsuta de este señor le suenan. A este hombre lo conozco, pero ahora no caigo –dice para sí Auguste. Como antes, también ahora, su identidad se le resiste. Auguste Dupin es tozudo por temperamento y profesión. Y de nuevo el color semicanoso de aquel bigote le recuerda a Nico, el hermano de una novia que tuvo cuando Dupin trabajaba en el One Police Plaza. El desconocido vuelve en este momento la cabeza. Dupin puede ver, no sólo el bigote, sino toda la barba que enarbola su cara aplatanada. El hermano de su antigua novia no llevaba barba. Así pues Auguste descarta esta otra posibilidad. Dar con la identidad del hombre no deja de amargarle el concierto.

Si antes el detective relacionó a este hombre con un criminal a quien todavía la policía ha podido detener, esta vez los ojos pícaros, el amago de un bigote maldiciente, le traen al recuerdo a alguien muy cercano, tan cercano que Auguste Dupin afirmaría que entre ellos, tiempo atrás, hubo una cierta complicidad, la misma complicidad que pudiera haber entre el personaje de una novela y su autor. ¿Acaso esos ojos no son los de aquel escritor que me alumbrara y me ayudara a resolver El misterio de Marie Rogêt? –dice para sí el detective.

Así como una palabra puede venirnos al recuerdo, y en cambio resistirse su significado, lo mismo le ocurre a Dupin. Realmente está convencido que conoce a este hombre, en cambio no sabe quien es. Cansado de tanta investigación inútil, se desentiende del asunto. Abre sus oídos a la canción Todo lo que necesitas es amor. En estos momentos el All You Need Is Love inunda de colores, luces y sonidos todo el Madison Square. Y es cuando le viene al detective la identidad del hombre de la fila 75. Ahora sí. Recuerdo y realidad unidos en un mismo rostro. Aquel hombre del cogote color salmón, cual revelación milagrosa, acude a la memoria del detective Auguste Dupin. Se trata ni más ni menos que de Allan Poe, aquel cuentista que se murió hace años, sin pagarle los derechos contraídos por incluirle en algunos de sus relatos. Una lástima: olvido y recuerdo nunca fueron de la mano. 

1 comentario:

  1. Me has dejado con una sonrisa de agradecimiento tras haber leído este relato que supone todo un guiño cultural.
    Muy majo el relato y muy majo tú.
    Un beso.

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