sábado, 21 de noviembre de 2015

El amor es bipolar





Tanto se quisieron que fueron capaces de separarse. Lo dejaron cuando entendieron que su amor torpe e incomprendido era un impedimento para seguir juntos. Y como quien deja a un lado de la mesa el primer plato de lentejas, pidieron un segundo de conejo al horno con limón. Las cosas llegaron a un punto de cocción tan estomagado que aquello era insoportable. Y lo que debió ser un caldo apetecible bajo un cielo de cúpulas infinitas, se convirtió de golpe y porrazo en un pastizal, un brebaje de amores incomestible hasta para las aves de corral.

Digo de golpe, aunque en verdad lo que ocurrió aquel día de desamores y contienda empezó mucho antes de que él la conociera en el bando de la huerta, cuando desde la carroza de las flores la invitó a que subiera y la acompañara hasta el altar. Eran completamente diferentes, cada uno de su leche, uno del campo, ella de la ciudad. Él apenas sin estudios, ella con su carrera de biología terminada. Uno, de derecha, la otra, socialista. Pero aquel fresco rubor que viera tan atractivo en su cara de amapola tal vez le impidiera conocer el fondo de la muchacha. O no, ya que la inocencia del color avergonzado de quien por primera vez se enamora suele responder al sincero llamado del alma. Luego, que el amor, una cosa tan sana, se convierta en algo patógeno y odiado es cosa que, o bien tienes asumido, o te descoloca un montón.

Nada ocurre de súbito y por azar, es cierto. Incluso al fuego le costaba prender, sobre todo en días como aquel en el que la humedad y la amargura inundaba la piel curtida de aquellos dos corazones, cercados por las espinas de la pelea, sentados uno enfrente de otro al tibio resol de la terraza. Aunque por la parte del levante, de allá de donde viene el mar, unas nubes amenazaban agua. Todo esto sucedió, como digo, junto a un cúmulo de ingredientes, circunstancias y gravámenes fraguados en el día a día de una convivencia viciada, sin imaginación, cuesta arriba y sin control.

Simplemente que ella dijera ¿dónde te vas a sentar? y él le respondiera lo más lejos de donde tu lo hagas, bastó para que la gota derramara el vaso. El marido no llegaría ni a sentarse. El plato de lentejas sin tocar se quedó encima de la mesa. Eso sí, el hombre se echó de un trago todo el vino del vaso al coleto. La fuente de ensalada de dimes y diretes que aliñaba el enfado de ambos, quedó completamente vacía. Ella al oír el vulgar chasquido de la lengua contra el paladar sonoro degustando el mosto de la bodega que religiosamente ella siempre le servía, exclamó: eres un guarro. Y tú una gallina –respondería el hombre hurgándose los dientes con un palillo grasiento de ira.

Y salió el guarro del hombre como Alicia la del cuento sin preguntarle al gato qué camino tomar para salir de casa. Por eso tampoco oyó al felino cuando éste le dijo: para llegar a donde quieres debes saber primero a donde ir. El hombre bien sabía donde llegar: a ese lugar de donde todos salimos, al vientre de la mujer. La mujer era su tierra, su destino y su delirio. Ella se quedó allí sentada mirando cabizbaja, y también sin probar, su plato de lentejas. Y es que la comida es una de las metáforas que mejor se prestan al amor. El otro día escuché en la presentación del libro De cofres, virtudes y otros pecados de Joaquín García Box que el olfato está altamente ligado al desarrollo de la inteligencia. Pues bien, de igual manera o más lo habrá de estar también el sentido del gusto. Para mí la comida es la mejor analogía que le viene a este guiso de amores a contra corriente.

Y aún a pesar de que ella siguiera allí atravesada como un clavo que la impedía moverse, él se la llevó consigo en su pensamiento, por no decir, en su corazón y resultar este modismo un poco cursi para aquellos momentos tan críticos como tensos. Ella por tanto no pudo irse con el marido, pero no pudo evitar que su amor se le escapara del cuerpo para alejarse también agarrado a él.

Luego cogió el hombre el portante por la escalera que va al garaje, como tantas otras veces, cuando salía de la casa a comprar el pan. Esta vez nunca supo ella a qué panadería sus pies malhumorados conducirían al marido. Hace de esto que cuento mucho tiempo o poco, que no lo sé. Pues ya sabemos que el tiempo en los amores lo mismo corre que se detiene según soplen los pliegues de sus alas. Para la mujer y el hombre, aunque tan sólo hubiese pasado una hora de la trifulca, ellos por milenios contaron los segundos, lo que hizo un total de tres mil seiscientos milenios el tiempo transcurrido desde que el matrimonio se viera por última vez.

Marido y mujer en ese intervalo tan largo, tiempo tuvieron para atormentarse de su mutuo y humillado abandono diciendo: fuimos unos miserable al portarnos de manera tan esquiva y tan poco razonada, sin excusas ni perdones. O tal vez ellos bien supieran que todo lo que sucedió aquella mañana de primavera entumecida se debió a un acto sublime de amor: amar significa a veces saber alejarse a tiempo de la persona amada.

Y aquí, en este relato tan anodino como corriente, pegaría ahora algo cálido y bucólico que atemperara los ánimos de la pareja. La lluvia que ahora empieza a caer es triste, pero es tan dulce que no hay corazón dolido que no sonría o se deje cautivar por ella.Y así como no hay brote ni bruto que se resista a la primavera, tampoco ellos se opondrían a una nueva oportunidad si este que escribe se la diera.

Así pues, luego, los dos volvieron cada uno por su cuenta al restaurante donde algunos domingos acudían. Y allí es ahora el camarero el que habla:
De primero tenemos lentejas estofadas con laurel y una cabeza de ajos; y de segundo, conejo al horno con limón
Y al momento los dos contestan:
De las lentejas mejor pasamos, tráiganos más bien ese conejo al horno con limón.
Y yo aún siendo neutral y ajeno en esta trifulca de pareja, me sorprendo de que un mismo hecho tenga interpretaciones dispares. Lo que para unos el ocaso es el acabose del día, para otros su rojo encendido no será otra cosa que las llamas que anuncian un nuevo amanecer. Y es que, amigos, el amor es bipolar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario