miércoles, 1 de julio de 2015

Lágrimas que no lloran





Leyó una vez que una santa, (tal vez fuera Teresa de Ávila), le pedía a Dios que le concediera el don del llanto. Tanta sería la sequedad de sus humores, el eriazo de su espíritu, el agrietamiento de su cuerpo que, cual clama la tierra yerma por el agua de los cielos, así suspiraría esta monja desconsolada por el don de las lágrimas, dulce estanque de su dolor cruento.

Aquellas siete espadas que ayer traspasaron a la santa son las mismas que hoy desgarran el alma a otra mujer no tan santa y también abocada al desierto de su llorar catártico. Desde que las balas de un Kaláshnikov en manos de un sistema perverso y loco mataron a sus siete hijos en las playas del mundo, no sabe qué hacer con su vida, anda aturdida y sin rumbo. El dolor de la mujer es más grande que su muerte.

Y trae esta mujer a su pensamiento el nombre de estos siete puñales que le atraviesan el corazón transverberado para tratar así de localizarlos y deshacerse de ellos:
El puñal de la Impotencia,
el Fanatismo,
el Sinsentido,
la Violencia,
el Hambre,
el Dinero
y la Ignorancia
.
Quería Teresa de Ávila aliviar sus dolores de frigidez y vacío y con el agua templada de sus lágrimas, bálsamo para las heridas del cuerpo y el alma.

Y siente la mujer de ahora cruelmente los dolores del mundo sobre su espíritu abatido. Y quiere enjugar sus llagas que, cual granadas de mano, revientan sobre las costras de sus huesos condolidos y privados del llanto esquivo.

Los hijos, los hermanos y los amigos de la mujer, desde que se le murieron los siete hijos (hace más de siete años, desde siempre), nunca vieron posarse en sus ojos cuarteados y ardientes el más mínimo atisbo de humedad refrescante.

Y teme la familia, que al no poder aliviar con sus lágrimas las heridas que la vida le causara, recurra esta mujer de ahora al octavo puñal, al de la muerte, por ver si tal vez éste le concediera el don de las lágrimas que la vida le negara.

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