domingo, 17 de mayo de 2015

Busco Freud para un sueño





El sueño me despertó muy cansado, tan cansado cual un sol que se pone por el ocaso sin haber aún amanecido. Luego el calor del día dispararía el acelerador de mis neuronas, emociones en alocadas bandadas de mariposas ansiosas por libar un beso loco.

Muy lentamente a lo largo de la mañana, el día, capuzándose en el oscuro charco de mis ojos, desveló a contragolpes la madeja de mis sueños enredados. El camino orbital de mi sueño quiso abrirse paso entre cuchilladas de planos segmentados. Sentí la cabeza vacía, separada de un cuerpo inconexo, desnucado de mi organismo fallecido. Y así, postrado en semejante sinsentido se me hacía imposible trenzar lógica alguna. El sueño eludía su responsabilidad escondiéndose en la antimateria de sus agujeros negros.

Y por fin, a duras penas, conseguí reconstruir el sueño, aunque sigo sin saber su aclaración.

Estaba yo pintando, aserrando palos o limpiando mesas de un largo comedor, o puede que me entretuviera rezagadamente apilando botes en la nave de una fábrica de tomates en conserva. Recogía las sobras de una opulenta comida: cortezas de naranja, huesos astillosos de cordero, chapinas de mejillones, raspas de mero, caldo de calamar, huesos de aceituna, pellejos de rana, cascarones de tortuga, granos de caviar... En abolladas jofainas de latón negruzco arrojaba yo todos estos desperdicios dentro de unos mugrientos contenedores de basura, donde monjas con bigotes de amarillo oxigenados procuraban, entre ruidos de vajillas, sonrisas sofocadas y rezos susurrantes, sacar brillo a cacerolas y sartenes atestadas de tizne y letanías.

Alguien a quien no pude ver, dejó en penumbras mi labor. Sin tener en cuenta mi trabajo, apagó las luces del refectorio. Le grité a voces que encendiera la luz. Desde el timbre invisible de una voz misteriosa llegaron a mis oídos palabras de hipocresía condescendiente:
¡Ay, disculpe!
Pero ese alguien volvió a cerrar la puerta del comedor, y olvidó de nuevo encender la luz. Tres veces se repitió la escena. Y tras esta triple y fallida secuencia, la mujer con quien yo dormía, se levantó de pronto. Escuché luego los besos del agua en los cristales de la ducha. Hacía mucho calor. Y al rato la mujer volvió a acostarse a mi lado. Sentí junto a mi cuerpo, rama seca de un árbol envilecido, el agradable frescor de su carne limpia. Abrí los ojos desorbitados y le sacudí, sin pensarlo, un solemne guantazo en el mar insomne de su hermosa cara. Me sentí muy mal. Entre sollozos me lamenté por lo que había hecho. Miré a la mujer para pedirle perdón, y quise ver en ella a quien antes tuvo la desconsideración y osadía de apagarme la luz ante el triduo de mi insistencia desasistida.

Fuerzas aún le quedaron a la buena mujer para comprender mi desatino; y acariciándome me preguntó muy preocupada:
Dime, amor, ¿qué te pasa?
No sé, -respondí.
Dicen que las zonas oscuras de nuestra vida suelen aflorar por las sacudidas involuntarias de nuestras ensoñaciones. Pero no fue así. En mi sueño todavía sin desvelar de aquella noche navego como aquellos barcos de leprosos hacia la isla sumergida de su jamás encontrado naufragio. Los días tras aquel sueño traspasaron su centro. El sol ya camina hacia el oeste, ruta vespertina de recogidas y puntos finales. Tengo mis hombros hundidos y mis ojos llenos de betún están a oscuras. Triste ando dando vueltas por la alcoba del océano de mis entrañas taciturnas.

Y hoy me pregunto: ¿cómo un simple sueño nacido de la fantasmagoría más inocente ha podido aguijonearme tan hondo y fuerte durante tanto tiempo? ¿Quién fue ese alguien que me dejó a oscuras? 

Y lanzo esta bengala de socorro al cielo por si alguien pudiera venir a encender de nuevos aquella luz que alguien me apagara una noche de calores a destiempo. Desde entonces, me siento la última libélula en su especie agonizando sobre la rama seca de un altivo nogal que no echa nueces.

1 comentario:


  1. Esas preguntas que te haces quedarán, por hoy, sin resolver. El mundo de los sueños es complejo.
    Para otras ocasiones, te recomiendo dormir con una linterna bajo la almohada. Lo he estado haciendo estos últimos nueve días y no he tenido problemas. En los albergues del camino no es mala idea.

    Un abrazo

    · LMA · & · CR ·

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