jueves, 11 de diciembre de 2014

No viene a cuento





Estoy desolado. Hasta de mi mismo desasido.

Y como cualquier ser marcado, borrado ha sido mi nombre del censo de la existencia. No me reconozco en mi historial. Soy otro río en su cabecera y en su destino. Soy yo en otra conciencia, un conejillo de indias. La conciencia, como las vacas abstractas. Marcado a machamartillo. No tengo nombre. Mi identidad diluida en el egoísmo de una enajenación importada. Esclavo soy de una ganadería con mayorales aviesos. Gaseado en la cuarta dimensión de otra dimensión imposible. Y en esta soledad, (parafraseando a Benedetti), de quien ni siquiera se tiene a sí mismo, sobrevivo. Pertenezco a la tribu. Soy un poseso, clan, pijo, hincha, friki, emo, gótico, condescendiente y radical, anónimo emergente del club de los no inscritos en el arancel de los remunerados.
¿Acaso tú no tienes un nombre, como lo tiene la flor inconfunible de las olas sobre el verde inalterable de los cipreses en el azul nítido del cielo? -me dijiste altisonante y compasivo para librarme de la nada endemoscópica y sumisa del Instituto Nacional de Estadística en el que estaba inmerso.

Y, viéndome tan encerrado en mi convicción tambaleante, volviste a insistir. Y, queriendo consolarme, citaste persuasivo a no sé quien:
No conozco a nadie que sea dueño de su ser más íntimo.

No te oí. Evito prestar oídos a frases hechas, agujas rebuscadas en el pajar axiomático de planteamientos irrefutables, inquietantes y, por tanto, cuestionados. Pero tú seguiste hablando como el que riega sobre mojado, sobre caballones de tomateras anegados.
Nadie, marcado por otro propietario, distinto de uno mismo, responde a su nombre. Ha llegado la hora de rescatarte a ti mismo, librarte del acorralamiento de los analistas de probeta y de salón. El nombre que tú tenías, se lo llevó una encuesta, un sondeo, un laboratorio de opinión. Un observatorio electoral te robó la voluntad, el grito, la rabia, la rebelión..., y la inocencia. 
Y al oír inocencia, bendita y última palabra de tu credo embustero, sociológico, vínome a la cabeza aquel poema de La casada infiel:
... y no quise enamorarme
porque teniendo marido
me dijo que era mozuela
cuando la llevaba al río.

Sé que no viene a cuento, que son aquí mal traídos estos versos. El más puro invento puede ser cierto. Me cuesta trabajo no ser atrapado por la sensualidad bella y tierna del más puro engaño. ¿Quién, sino un poeta, resistiría a los encantos de mujer tan ardiente como timadora y fatal?

Disfruten y relean el poema entero de Lorca y verán que, aunque por los pelos, no ando equivocado.

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