martes, 1 de octubre de 2013

En la pescadería del puerto



Esta mañana he ido a la lonja. Y sobre un escurridizo mostrador de madera he visto pescados relucientes, emotivos, deslizantes, dinámicos. Tomaban relajado asiento en bandejas como ofrendas en surtido sacrificio. Vida y muerte al unísono. Soy lego en caza y pesca. No llego a distinguir una sardina de un venado. Y he buscado en la memoria de mis combinaciones linguísticas palabras que me ayudaran a retener especímenes tan diversos como vistosos nacidos en las aguas del Mar del Norte. De no poner nombres a estos bichos, en bichos se quedarían, sin identidad que ser les diera. El pescado se debatía entre la vida y la muerte. Debía darme prisa si quería salvar del naufragio a estos innominados seres acuáticos.

Le pido ayuda a Frans Snyders que así se llama el hombre que regenta este concierto de peces que bailan en agonía su danza postrera delante de los espigones del puerto de Amberes. Y el pintor flamenco me dice con la misma luz, color y goce de sus naturalezas muertas:
En nuestro diccionario de categorías dualistas no está todavía la palabra justa para referirnos a la vida y la muerte como realidad indistinta y única. Por eso en los bodegones que pinto me debato en aunar estas dos realidades, que a fuer de andar tan enfrentadas, dulcemente me amargan tanto.


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