miércoles, 6 de marzo de 2013

Viator dos Pasos



Se oyen unos pequeños golpes como si hubiesen llamado.

El hombre, casi adormilado, sentado en la mecedora, hace como que lee el periódico; ¡pero no! Desde que le cortaron la pierna -hace ahora tres meses- el hombre no hace nada. Ni lee, ni habla. Sólo piensa en la dicha de la gente que a través de la ventana ve caminar por la acera. Y esa soltura de poder ir uno a donde le plazca, le pone triste. El hombre a partir de aquel accidente, clavado está en su casa, apenado, hirsuto, como el monolito de la plaza. El fisioterapeuta lo anima a que coja las muletas, que intente dar una vuelta, aunque sólo sea media hora cada día. Teniendo un jardín tan bonito ahí justo enfrente, -le dice- le hará bien a su motricidad y también a su ánimo. Al hombre le da vergüenza que los niños, las palomas y hasta la estatua de la fuente le miren como a un tullido.

Canela, su fosterrier, siempre a sus pies. El hombre y el perro no hablan. No necesita escuhar el perrro de la boca de su amo lo mal que se encuentra. Canela bien lo sabe. Con sólo mirar, escuchar su respirar entrecortado, observar el aleteo apenas imperceptibles de los párpados de su dueño, sabe el perro de la depresión de su amo.

Por las mañanas el hombre abre la puerta al perro para que se solace un rato por los alrededores del parque. El perro está bien adiestrado, al cabo de una hora con sus patas ya está llamando a la puerta. El hombre le abre. Canela se tumba en el suelo al lado de su amo. La cabeza la reclina sobre el pie sano del hombre. Y así en amor y compaña  los dos se pasan las horas interminables.

La moto se empotró contra la bardiza de la carretera. El quitamiedo, aquella maldita chapa galvanizada le segó la pierna izquierda por debajo de la rodilla. Luego vendría la amputación, la convalecencia, los ejercicios de recuperación. Todos le dicen al hombre que salga, que haga vida normal.

Ya tres párrafos hablando de este hombre, y ni siquiera sabemos su nombre. Viator le llamaremos con la venia de la señora Ironía. Cuanto más los demás le dan el tostón a Viator dos Pasos aconsejándole que vaya al bar como antes lo hacía, más odia su lamentable e impedido estado, y más aborrece a los amigos que de buenas se lo dicen.

El perro parece ser el único ser vivo que comprende al hombre. Es ya casi el mediodía. Canela no ha vuelto desde que Viator lo dejó salir a eso de las nueve. Es raro. Ahora parece como si hubieran llamado a la puerta. No es nadie. Quizá el viento sacudiendo algunas de las contrapuertas de la ventana de la habitación de arriba. Algún crío corriendo que habrá tocado con algún palo la puerta de la calle. La sacudida de alguna alfombra sobre el balcón por alguna de las vecinas. Cualquier cosa. Todo menos el canela llamando a la puerta.

La mascota siempre tan puntual. El sol cae a plomo sobre los tejados de la casa de enfrente. La lagartija del patio pone su blanca barriga a tostar en el resol calmo del patio. Sobre la pared de la vecina, una frondosa damiela con efluvios de esencia blanca trepa con dulce perfume hasta llegar a sus mismas narices, pero el señor dos Pasos, no huele nada. El hombre cada vez más inquieto se levanta, y renqueando como puede se dirige a la puerta. Siete veces a lo largo del día lleva hecho Viator este mismo recorrido por el pasillo hasta llegar a la entrada del piso. El canela no aparece.

Ya tarde, cuando las palomas del parque todas andan ya recogidas, Viator dos Pasos vuelve a abrir por enésima vez la puerta de la calle. Ahora la deja entornada, por si acaso Canela regresara. Por el ángulo abierto de la puerta entra un rectangular bloque de luz transparente lleno de diminutas partículas de polvo sutil, inerte y danzarín. Viator de nuevo ensomniscado en su mecedera. Y el perro vuelve, entra, lleva algo agarrado en la boca. Con la pata despierta a su amo. Mueve el rabo. Y a su pies, aquella pierna que le amputaron al amo en el hospital de las Cruces, la deja con cuidado a los pies de Viator.

No hay comentarios:

Publicar un comentario