En defensa del lector, todos los manuscritos, antes de ser publicados, deberían pasar por un tribunal de garantía que nos inmunizara de los virus de cualquier texto literario. No hablo de contenidos, de censura, tampoco estoy contra la libertad de cátedra. Me refiero al soporte material donde el escritor labra en palabras su imaginación desbocada. Su imaginación, lo mismo que su estilo, las ideas, el modo, (sobre todo el modo), de contarnos sus creaciones, debe ser inviolable, respetado, al margen de nuestra opinión y divergencia. Pero el medio en el que su creación nos viene dada también ha de cuidarse en esmero.
De haber existido esa instancia por la que apelo, yo no me encontraría en este lamentable estado, postrado en este hospital sondado de tubos, a punto de irme al otro mundo. Se trataría tan sólo de ampliar las competencias del Instituto Nacional de Toxicología. Y si, ahora, amigos, a su recuerdo les viene El nombre de la rosa de Umberto Eco, comprenderán lo que les digo. Que si no estoy muerto, como lo frailes de aquella abadía benedictina, es de puro milagro.
El libro que a la sazón leía yo aquella tarde era Poma nuda. Y fui seducido por el sensual pasaje de Ada Sisneile, en el que su protagonista, Donadei, (regalo de Dios), llega a un acuerdo con el Regidor del condado. Donadei debe pasear completamente desnuda por las calles de la ciudad, a cambio de que el Regidor rebaje al sufrido pueblo sus desorbitados impuestos. Todos los vecinos de la villa acuerdan por respeto a Donadei no salir de sus casas, ni mirar por las ventanas mientras dura el tránsito de la muchacha en cueros, avergonzada y con sólo el escueto atavío de su recato. Excepto un servidor, que fui tan fuertemente atraído por la belleza literaria de aquel texto, que me acerqué hasta el caballo y llegué a tocar el cuerpo desnudo de las palabras, convertidas en deliciosas manzanas, en verdaderos y transparentes granos de uvas, envenenados. Luego, como un niño en su fase oral, me llevé las manos a mi apetitosa boca.
El resto, ya fue dicho en el párrafo anterior. Aquí estoy, desintoxicándome, en este sanatorio de mala muerte a la espera de lo que venga.
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