miércoles, 7 de marzo de 2012

Divorcio con champán


Lucas me llama por teléfono para consultarte -me dice- algo relacionado con la niña. Ya sabes, las matemáticas. Tal vez tengamos que buscarle un profesor particular.

En cinco años de casada, hoy es la tercera vez que celebro con champán mi separación, pero por favor, no me traten ustedes de mujer ligera, caprichosa o culo de mal asiento. Que no lo soy. Me separo, pero cada vez del mismo hombre. O sea de mi marido. Siempre de mi marido, de mi Lucas de toda la vida. Y no descarto por supuesto separarme por enésima vez. ¡Es tan reconfortante distanciarse del ser que quieres para tenerlo siempre a tu lado! ¡Que no soy liviana ni casquivana, créanme señores! Al contrario, como la corteza al tronco estoy completamente pegada a mi marido. Y por eso, cada vez que lo echo en falta, aunque parezca mentira, me separo, lo mando a freír espárragos, para volver luego, como el agua, con un nuevo impulso, a su orilla, hasta lamer, compulsiva, su desabrido cauce.

Los besos más tiernos que he recibido en mi vida son precisamente aquellos que él me estampa mientras nos decimos adiós. Cuando Lucas intuye que el mono del divorcio me ataca, y me ve como una loca limpiar los altillos de los armarios de la casa, no se aguanta. Allí mismo en la escalera, como fornido labrador con su yunque sobre el lomo de la tierra confiada, me ataja. Como un valiente me requiebra y me tienta. Me palpa como un funambulista a su cuerda, con ese equilibrio y tino al vacío del aire, los suspiros mudos del alma. Entonces yo como una reina, desde lo alto del trapecio, lo recibo entre mis brazos y lo apretujo contra mi pecho. Y luego, si me caigo de la escalera, no me importa. Las redes del divorcio volverán a trenzar mi cuerpo como lazos de cebolla tierna alrededor de su cuello de ajo rico en enzimas y vitaminas.

Dirán ustedes que mi marido no es un bulbo liliáceo, sino una servilleta de papel, un pelanas, un comodín, en el que me asiento o me levanto cada vez que me da la gana. ¡Pues no! que él también es un compulsivo como yo, que le ha encontrado el gustirrinín a esto de la separación. Si aguanta mis mordeduras, digo yo, será por algo.

Y si no díganme, damas y caballeros, amantes desencariñados, ¿a qué vienen esos arranques amorosos cada vez que nos separamos el labrador de mi Lucas y una servidora?

Mientras estamos casados, viviendo bajo el mismo techo, andamos por la casa de aquí para ya como dos extraños, dos cangrejos con ojos de escayola, si te he visto no me acuerdo. Bueno eso de andar..., yo; porque él se tira todo el día en el sofá con sus cascos escuchando a Juanito Valderrama.

Mi ex marido en su puñetera vida se ha preocupado si su hija lleva el pelo suelto o recogido, si su corazón chirría, salta o se encasquilla. Él sabe tan bien como yo que esta cita es un pretexto. La niña ha sacado un diez en su última evaluación. Con todo, yo me hago la distraída y le digo como quien no quiere la cosa: vale, mañana a las cinco nos vemos, en el bar de siempre, en el “Quitapesares” de La Fuensanta. Allí hablamos.

Pensado y hecho. Ya es hoy. Estamos celebrando con champán nuestra “enésima” separación. Luego nos iremos a la playa a pegarnos un revolcón. La casa nunca nos incitó al amor.

1 comentario:

  1. Oye Juan, no entiendo lo del labrador...me lo podrías explicar?

    te lo pregunto por aquí, porque te iba a llamar por teléfono, pero he pensado...mejor por aquí, así que se enteren todos...no sólo algunos.


    angel

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