De ser yo uno de esos enfermizos poetas que se quedan embobados contemplando las musarañas, tal vez me hubiese parado y hasta la bucólica estampa de un mendigo interpretando a Beethoven, bajo al impresionante rosetón gótico de una catedral, me hubiese enternecido por su romanticismo y ternura; pero como digo, cuando veía a uno de estos mamarrachos pidiendo en la vía pública, tenía por costumbre mirar para otro lado.
Este hecho hubiese quedado en el olvido de no ser porque al día siguiente un agente de la policía científica vino a requerir mi presencia para el reconocimiento del cadáver de mi hijo. Hacía un año que éste había dejado la casa familiar. No sabíamos nada de él. Quería hacer su vida. Lo habían encontrado muerto tras el incendio que se originó en el inmueble conocido como casa de los “okupas”, un antiguo matadero municipal destartalado. Su cuerpo presentaba algunas quemaduras, aunque según me dijo el jefe de los bomberos fue la inhalación tóxica de cartones, plásticos y placas de goma espuma calcinada, lo que le originó la muerte. Y añadió como para tranquilizarme:
Su hijo, ¿no era ese joven que solía tocar tan bien el saxo junto a los soportales de la catedral?A partir de entonces, cada vez que en la calle me encuentro con uno de estos músicos ambulantes, por muchas prisas que lleve, me paro a escuchar tranquilo y agradecido las melodías del hijo que tan desgraciadamente perdí.
Sin palabras......
ResponderEliminarEs impresionante este cuento y la fuerza que tiene, es buenísimo y debería ser leído por mucha gente, sin duda.
Una gran lección para el que mira hacia otro lado, como no queriendo saber nada de los demás, un bofetón sin mano que se suele decir.
Muy fuerte descubrir que esa persona que te era tan indiferente y hasta "molestaba" , la misma que tocaba el saxo cada tarde, era tu propio hijo.
Juan, te felicito por este gran trabajo.
Un beso grande.