viernes, 26 de marzo de 2010
Mi amigo y yo
Mi amigo se corre de gusto con sólo mirar del fuego su llama, oler del jacinto su blanco, contemplar la industria del tejer equidistante y holístico de una araña. A mi amigo se le abre el culo, o dicho de modo más estilista, se le inunda el alma de dicha al ver parir una gata.
Pues bien, a mi me pasa eso, pero de otra manera. Veo mi nombre escrito aunque sea en una vieja pared, en los zócalos de un puente, o mi foto en el tuenti mismo, y un gozo como una casa me llena entero por dentro. Y hasta si viera mis iniciales grabadas en la losa del cementerio, igual sensación sentiría. Y me digo: más que escritor, yo debiera haber sido candidato a político colgado de las farolas de la Avenida Principal de la capital del Reino.
Lucir mi firma en las tapas de un libro, al pie de unos versos, en el envés de un plato, en el tatuaje del lomo de una antología, en el Google, en Facebook me hace un mundo, y me causa el mismo placer que a mi amigo beber agua fresca de un botijo en una tarde de siega. Y presumo de ser leído, votado y visto por ciento y la madre de amigos con los que jamás ningún trato tengo. Y cual Narciso en el espejo de una charca me extasio con la imagen risueña de las volátiles aguas de mi existencia, y se me desparraman las carnes. Y me relamo como si cada una de las letras impresas con las que almuerzo fueran gambas a la brasa en la fragilidad de un papel, en la fugacidad digital, en la etereidad del plasma de una pantalla de pulgadas contadas.
Yo no soy feliz como mi amigo que toca directamente el placer. Yo necesito como un tonto del señuelo intermediario de la imaginación simbólica que me devuelve trucada la dicha nunca colmada. Me complico.
Mi amigo no escribe, ni es grafitero. Es analfabeto. La única inmortalidad que conoce, que vive y siente mi amigo es vivir el presente, comerse una manzana a la sombra de un árbol callado, sin hipotecas referenciales, crónicas futuribles, avales y anales homologables, sin traductores ni descodificadores. Mi amigo no comprende que yo delegue, en ara de otras historias, otros cielos y esperanzas, memoria de generaciones esculpidas en autorías de molde la fruición que supone beber agua natural de la cántara del presente que rezuma instantaneidad y frescura.
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