viernes, 23 de octubre de 2009

El último domingo



Tras un día en que el hacha del viento había acuchillado las amapolas del sendero, y las palmeras de la calle mayor, todas, habían amanecido despeinadas por la tormenta, el translúcido cielo, antes encapotado, devuelve hoy el azul a los ojos de la niña. Falsa esperanza. El marro dulce de la agonía.

Hace tan sólo seis días de aquello, y la niña mira por la ventana asustada el gris opaco de las nubes dentelladas. Y el azul de su mirada es el de una violeta apagada. Hoy el recuerdo del paseo del último domingo por el parque con su primo, los zapatos nuevos al caer de la cama, la pulsera puesta que le regaló su madrina, todos juntos, no tienen fuerza para mover el pequeño corazón cansado de la niña.

Con la quimio la niña ha perdido el sabor de las cosas. El momento le sabe a sal y a despedida, a miera y a veneno de ratas. Y la dulce tranquilidad de hace tan sólo unos días se la traga el embudo de las horas como el sumidero del patio se traga a remolinos el agua del tejado tras la lluvia. Y hoy la niña rechaza jugar con las muñecas. Y la invariable rutina placentera, el sonido quedo de las campanas, el lento traqueteo del carro del vendedor de loza sobre las piedras de la rambla cuesta arriba le tirria en los oídos como al perro una traca de feria. Y el agridulce olor a paja mojada ya no la despierta como despierta el pájaro a la rosa. Y el tazón de sopas con leche antes de irse al colegio no le entra, porque la niña ya no va a la escuela.

En las mañanas de invierno el rocío colgado en las pestañas del jazmín la esperaban a piñón fijo en la puerta de su casa. Y el aroma y la niña, las dos de la mano deslumbraban a los peatones en la parada del semáforo. Estamos a una semana de entonces y el jazminero negro está por la escarcha. Y después del verano una nueva compañera de clase se sentará en su pupitre como si tal cosa.

Ayer al regresar del colegio la tarde y su madre, las dos asomadas al balcón, le daban la merienda, y el pan y la sobrasada olían a recreo y a mamá buena. Hoy la tarde huele a responso y la madre lleva gafas oscuras.

Antes todo tenía su candor. Y una respuesta siempre había para las cosas que no la tenían. Aquella inocencia prístina de los acontecimientos, la serenidad y el sosiego, aún siendo común y corriente, siempre rezumaban frescura. Mil veces podía oír la niña todas las noches de su padre el cuento de Caperucita, y nunca el lobo y el cazador le dieron miedo. Hasta el Príncipe, antes tan rubio y tan guapo, hoy parece un ogro de siete botas, una culebra gigante. Y no tienen setenta besos la magia para despertar a una niña con cáncer. Hoy no hay explicación para nada.

1 comentario:

  1. Una niña es un ser humano, un abrazo amoroso de la vida, pero esa "araña" no distingue sexo, ni edad, y en su cefalea... se embriaga de la criatura humana, pero la hoja de la salvia, con sus cuatro estaciones, no ignora el drama y mueve su batuta...

    Es una pena esta distancia, Juan.

    Alicia

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