
En sus treinta años nadie jamás la miró a los ojos para dejar en sus labios un latido, un suspiro, un silencio, un te quiero. Y mataba su soledad multiplicada con cartas repetitivas que a si misma diariamente escribía. Y en el remite ponía el nombre, la calle y el corazón de quien ella suponía pudiera ser su amante. Y contestaba a sus propias misivas con pasión, y realizada:
"Sin tus cartas de amor yo sería la cucaracha que todas las mañanas se escurre por el sumidero cuando voy al baño."La muchacha en su mentira se sentía liberada.
Pero tanto era su esfuerzo de bilocación y desdoblamiento que la madre cada día más sumida y enredada la veía en su paranoia. Y en su compasión la madre no sabía si seguirle el juego o desengañarla. Y arriesgó por su cuenta interceptar el correo de su hija.
El final por todos es conocido por lo que luego en el velatorio dijo la madre:
"Yo no sabía que era peor tenerla muerta que sentirla loca"
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