
Hace ya un tiempo y sin darme cuenta comienzo la mañana, mi diario, sin escribir en la pizarra de mi mente la fecha como es debido. Inconscientemente me distancio, me desentiendo de la edad, el final de la Central de mi conciencia. Y escondo mis años ingenuamente bajo el ala de la mar.
Datar una vida útil es todo un gesto gráfico, cronológico que defiende la caducidad en positivo; no para abatirme por el tránsito y la pérdida, sino para solazarme del instante. Luego ya a la tarde, será tarde. La tendinitis de la noche se encargará de amargar el gozo. Garoña, como mi cuerpo, está programada para el ocaso.
No escribir el día es ceñir de atemporalidad la corona del vasallo de las horas marchitas de relojes y laurel. Decir dotarlas de eternidad, sonaría a presunción, ¿pero acaso no es presuntuosa la existencia que quiere rebasar su supervivencia, la vida de su diseño?
Todo cerdo tiene su San Martín; pero yo quisiera que mi carne fuese incombustible y que el fuego del esparto de una fecha mis bigotes cochinos no chamuscara. Resistencia quemada. Y no me hago a la idea que las turbinas de mi reactor personal tienen los días contados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario