El no conocerte me movía día y noche a escribirte por ver si en mis palabras escritas te encontrara. Y escribí tanto que llené de borradores todos los archivos, estanterías y cajones de mi casa. Pilastras de manuscritos se arrastraban en tu busca por los suelos del sótano y del garaje. Y no era yo hasta que no diera contigo.
La desazón de mi ansiado desconocimiento iba en aumento, en proporción a los kilos infructuosos de mis redacciones sin cabo.
Hasta que un día de inspiración soleada dos letras formaron el "tu", tu yo que buscaba. ¡Tantos folios para un sólo monosílabo! Y es que las cosas importantes para decirse no se adornan de retahilas, polisílabas rimbobantes, que sólo un golpe de voz basta para que la creación se encienda y se apaguen las tinieblas y el caballo de mis sueños eche a volar como un gamo.
Y fue cuando te tuve, que dejé de escribir, y te moriste en mis manos. Luego de encendida, te esfumaste. Desapareció mi afán. Me carcomió la abulia. Y me pregunté si los tiempos del deseo no fueron mejores que tu encuentro agarrado.
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