domingo, 10 de mayo de 2009

El puente viejo



Te amé como soy. Y me sentía dichoso y seguro. Pasaba mi brazo de hierro sobre tu hombro sonoro como puente que era. Y protegía tu lecho de agua del derrumbe de la sal y las malas lenguas, de las pisadas ruidosas. No supe amarte de otra manera. Nunca fui príncipe que ataviada te llevara a caballo a banquetes ni a palacios. Me bastaba coger tu mano para sentir en la mía el reflujo del mar, el volar de las aves, el temblor de las redes, tus senos repletos de peces, las campanas de la torre.

Pero tú tal vez querías que te diera mi amor de forma más elevada y elegante. No tan baja. El sillar de mis manos te atosigaba. No sabías que en tu vientre jugoso mis dedos de piedra curaban su tosquedad, mi rudeza.

Y cuando te amaba, ¡siempre!, tan absorbido estaba del fluir de tu cuerpo que hasta el hablar perdía. Sólo para ti mis ojos hablaban.

Pero tú querías que comentara la elocuencia del soneto de tus curvas de forma más bella. La simpleza de mi rústica y primitiva sencillez no te bastaban. Tal vez por eso te diera vergüenza.

Pero yo no era un poeta, sino un puente viejo. Luego vino la sequía y tus aguas se fueron a los brazos de aquel otro puente más alto.

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