jueves, 9 de abril de 2009

Morado, limón y grana


Tiempo atrás tuve un compañero de cárcel al que la muerte le condonó su pena. La mayor virtud de su vida: combatir contra Franco. Y no por animadversión personal contra el Generalísimo, que a mi amigo se la repanplinfaba el Caudillo, sino porque en su esquema no cabía el desafuero.

Antes de morir mi amigo me confió un legado envuelto en un paño de terciopelo morado.

Durante todo este tiempo aciago yo he guardado su donación en una caja cual relicario. De vez en cuando, de año en año, la saco, miro con complacencia el envoltorio. Como viudo nostálgico que quita el polvo a la foto de su mujer en el cementerio, saco brillo a su recuerdo y vuelvo a guardarlo debajo del jergón de mi celda. A estas alturas a más no llego.

Hoy, como de año en año, vuelvo a destapar la caja, y en lugar de volver a cerrarla, como es primavera, la dejo abierta, que se airé. Cubro de besos su legado. Que el viento de esta tarde los reparta por el campo. Y que luego en el verano recolectemos el limón y el grana de los frutales del huerto. Que yo me quedé sin amigo y no quisiera que la simiente que me dejó a recaudo se pudra encerrada aquí dentro.

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