miércoles, 15 de abril de 2009

Akhenaton



Vino a la trena mi tronco a verme. Y cuando dijo “la belleza te sacará de este infierno”, no quise tomar sus palabras como una afrenta.

Precisamente el bello busto de Akhenaton es el responsable de mi condena. Me enamoré locamente, como devoto feligrés de este Amenofis humanista, soñador y poeta, me deslumbró la hermosura de su santidad iconaclasta.

Quise poner en la vitrina de mis trofeos su imagen. ¡Cuánto añoré su ausencia! Y no paré hasta apropiarme de él.

Me trincaron a la salida del Museo del Cairo cuando cargaba en la furgoneta la estatua del Rey Hereje. Cadena perpetua por el robo de la piedra de un Faraón proscrito que cerró al culto todos los templos de Egipto:
“Lo sé todo sobre los dioses, pero todos ellos se han terminado. Aunque sean de oro y plata, mi dios es el que no ha sido creado.”
Tal vez mi colega no supiera de Dostoieski cuando en El Idiota Isaías se pregunta si la belleza salvará al mundo; pero las palabras de mi tronco me sonaron a mofa. Nadie en su sano juicio en casa del ahorcado nombra la soga.

No hay comentarios:

Publicar un comentario