
Y no te molestó su obtusa incomprensión. Cuando decías blanco, ellos oían negro. El jefe de escalera nunca seguía tu razonamiento. No es que él creyera que eres un mentiroso. Todos los vecinos sabían de tu honradez, pero tus confusas explicaciones no convencían a nadie.
Decían que fuiste tu el que te dejaste el portón abierto, lo que permitió según ellos que el ladrón subiera tranquilamente por las escaleras, y desde la azotea se dejara caer al balcón del último piso. Y hasta el del segundo derecha, ese que trabaja de oficinista en la Aseguradora, dijo que en cierto modo, de manera pasiva, tu fuiste cómplice del robo, pues si hubieras cerrado bien la puerta, nada de lo que sucedió hubiera ocurrido.
Y en lugar de sentirte ofendido por la desconfianza que todos te mostraron, tan sólo dijiste:
“En ese caso, responsables somos todos, Fuenteovejuna. Hasta el ingeniero que diseñó el edificio, que en lugar de dotar a la puerta de un simple cierre de resbalón, debió blindarla y asegurarla a cal y canto. En este mundo en que vivimos, por desgracia o por fortuna, nada pasa que no tenga que ver con nosotros.”
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