sábado, 10 de enero de 2009

Plagio


Desde siempre don Lurio defendió que la propiedad intelectual es un robo. Hasta que acusado fue de plagio. Y más en aquel tiempo de cánones y tasas.

A nadie se le puede acusar de coger con su mirada una flor y guardarse el envidado perfume dentro del bolsillo de su chaleco.

Todo aquello que un escritor diga pertenece a la humanidad entera, patrimonio es de todas aquellas civilizaciones que en el mundo han sido. “El primero que dijo “esta idea es mía” fue un ladrón” -dijo don Lurio en el juicio. No le valieron prendas. Obligado fue a pagar ciento cincuenta mil euros de multa.
"Tu soneto se toca con el epigrama del vecino. Y la oda de los señores de la guerra compañera es de las Églogas de Ovidio. En un mundo globalizado nadie puede excluirse y decir que el aire que respira es suyo".
Don Lurio basó su defensa en que todos aquellos autores que por él fueron copiados deberían sentirse halagados, en lugar de dañados o mentidos.
“Sí, pero tú te forraste, amigo, le dijo un testigo a don Lurio.”
Por eso hoy que la sentencia del plagio ha salido me acuerdo de mi amigo, aquel librero que se hizo pasar por cuervo ingenuo. Y en el copyright de sus “Fábulas de Entretiempo” escribió:
“Todos los que lean o escuchen estas fábulas tienen el derecho de copiarlas, reproducirlas por cualquier medio, decir que las han hecho ellos, cantarlas si les parece y, por supuesto, en caso de placer o necesidad, limpiarse el culo con ellas.”

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