
Después de leer “Las aventuras del monoloco inconsciente”, mejor libro del año en temas históricos según la agencia literaria Pseudós, concedido a don Gustavo de la Coba, llego a la conclusión que todas las posturas “ad scribendum”, tanto infinitas y posibles, como inverosímiles y atrevidas se reducen a dos. La de los que escriben “supra”, (hacia arriba), y la de aquellos que lo hacen “intra”. Ni que decir tiene que el equilibrio de la verdad (si es que existe) se debe a un conjunto de fuerzas armónicas (céntricas, excéntricas, concéntricas...) que dan origen al contorsionismo ético y artístico del hacer considerado en su sentido aparente y tántrico.
Hay quienes como el señor de la Coba que se recrean en su escritura con adornos, datos, batallas, avatares y trama, pero sin preguntarse en ningún momento por la naturaleza interna de los mimbres que tejen el cesto de la Historia. Y pasan del contexto tanto psicológico como filosófico del hábitat oculto de sus personajes.
En cambio los que escriben hacia dentro intentan ser testigos de sentimientos y tragedias, contradicciones y esperanzas. Y quieren así extraer y desvelar desde la profundidad más ignorada de la existencia la razón de cualquier biografía individual o colectiva. Lo visible es sólo un pretexto, una llamada, un camino que nos ha de llevar a la realidad más completa. Esta clase de escritores como Yoyce en Ulysses son capaces de escribir un tocho de miles de páginas sobre el breve transcurrir de unas horas de su protagonista Leopod Bloom y reducir a Palabra Interior la verborrea externa de los hechos.
Los hay que para decir algo necesitan la magnitud kilométrica y desinhibida de una Enciclopedia. En cambio hay otros que con tan sólo una escueta frase evocan el mundo entero. Y viceversa. Y es que esto de escribir es un auténtico malabarismo.
"Mientras escribe, siente que se mueve hacia dentro (a través de si mismo) y que al mismo tiempo se mueve hacia afuera (hacia el mundo)” Paul Auster
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