
Al final siempre nos quedarán los sueños. Se puede vivir sin que jamás nos quede Casablanca, sin tener un blog, sin haber visitado París, sin trabajo, sin amor, encartonado en un cajero automático, separado de la que fue tu mujer durante veinte años. Pero es imposible levantarse cada mañana y no tener un sueño a la mano para afrontar o camuflar el fardo de tu destino.
Don Suceso Diaz en sus tiempos felices llegó hasta tener portero automático, y una pluma de oro con la que firmaba sus cheques en blanco. Principal delegado de una firma norteamericana, hoy don Suceso no tiene donde caerse muerto. La crisis hundió su empresa. Los acreedores y el banco lo buscan en vano. No saben que don Suceso Diaz vagabundea las calles de Nueva Delhi, ciudad a la que huyó para escapar de la justicia de los mercados.
Hoy este hombre aviejado, de ladillas infectado, mendigo y nostálgico, no tiene nada, tan sólo un zurrón donde lleva toda su hacienda, un álbum de fotos, sus sueños de familia.