
Lleva ya más de cinco años que no recuerda que se murió su perro. Hoy tampoco sabe que es domingo, y que se terminaron los Juegos Olímpicos. Y es que la señora Thatcher no quiere reconocer que a la relojería de nuestras horas se le dilata el serpentín de la memoria, y que a la maquinaria de su tozuda cabeza se le acabará también la resistencia: se le caerá el sombrero. Demencia senil llaman a esta férrea actitud de no querer que el ocaso acabe con la cuerda del tiempo.
Ella sigue como siempre más terca que una mula. Y esta es su rebeldía (y también la nuestra): negar el transcurrir de los días. Para su cerebro plano su perro aún sigue moviendo el rabo.
Hoy la ex primera ministra le dice a su hija Carol. Todos los días le pregunta lo mismo:
“¿Le has puesto de comer al perro?”Y le responde la hija. Todos los días le repite cansada:
“Ya te dije, mamá, que hace tiempo que enterramos al perro.”
No hay comentarios:
Publicar un comentario