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Terminada la guerra civil, Dalmacio Contreras tuvo que autoexiliarse al país vecino, si no quería que la represión golpista lo rematara como a tantos otros en el paredón de la cárcel de la Almudena.
El desarraigo, la expatriación, la humillación de la derrota y la imposible articulación desde el exterior de una ofensiva internacional que derrocara al usurpador de la República, democráticamente constituida tras las elecciones municipales de Abril de 1931, acabaron muy pronto con las esperanzas restauradoras y la vida de este valiente soldado del Quinto Regimiento.
Y antes de morir le dijo a su mujer:
Nena, quisiera que mis cenizas las echaras al Ebro junto a los cuerpos de aquellos valientes compañeros que allí sucumbieron defendiendo la República en aquella enconada batalla que tiñó de rojo y rabia las aguas del río a su paso por Miravet.Su cuñada vivía en Madrid, por lo que la viuda desde Francia le mandó a María, la hermana de Dalmacio, un paquete con las cenizas de su marido metidas en un tarro de cristal. Por supuesto no le dijo nada del contenido, por no alertar a la censura franquista. Y junto al tarro le puso también una esquela que decía:
Querida cuñada María, aquí te mando este tarro de café. Espero muy pronto poder abrazarte en persona.Inmediatamante la viuda cogería el tren a Madrid para hacerse cargo de las cenizas del marido. Luego tenía pensado deplazarse a Miravet y, desde el puente de esta ciudad, esparciría al Ebro las cenizas de Dalmacio. La mujer pensaba llegar a casa de su cuñada antes que el paquete. Pero el destino es caprichoso y en ocasiones convierte en bufonada la mayor de las desgracias.
Y así fue. El tren se retrasó más de la cuenta debido a una falsa bomba puesta por los maquis a su paso por la frontera. Tiempo suficiente para que su cuñada, sus dos hijos y sus nueras se tomaran en su casa del barrio de Pan Bendito de Carabanchel un par de cafés a la salud de su parientes exiliados en París.
Dos días después del paquete llegó la viuda de Dalmacio a la casa de su cuñada María para hacerse cargo de las cenizas del marido. Y luego de comunicarle lo de la muerte de Dalmacio, la mujer le contó a María su cuñada y a sus hijos con sus respectivas esposas como introdujo las cenizas del marido en un tarro de cristal para hacer creer al control de aduanas que simplemente se trataba de café molido.
Los parientes al escuchar a la mujer del difunto Dalmacio Contreras no sabían que cara poner. No hace falta decir que se les indigestó la noticia. Y tras un sepulcral silencio, por fin la cuñada con voz de compungido pésame se atrevió a balbucear:
Ya decía yo que el café tenía un dulce sabor republicano.
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