
Venía yo con vómitos; y encima en el hospital de urgencias me recibe un señor de oscuro y con esposas en su correaje de alevosías. En la bocamanga luce dos eses viperinas blancas: Servicio de Seguridad.
Y recuerdo que de niño también me asustaba la bata blanca del enfermero que cual murciélago camuflado con polvos de talcos volaba detrás de mis miedos negros. Yo daba vueltas detrás de la camilla para evitar el picotazo de la geringuilla de aquella inyección que debería bajarme la fiebre en lugar de acelerar mis pasos como monosabio que huye de un mihura azabache disfrazado de chambilero.
Y es que en cuanto a colores en mis años de niño yo ya fui marcado con el negro y con el blanco. El negro de los curas del colegio. Y el blanco de la primera comunión, epicentro de aquellos tiempos de carbones y cielos de algodones crepusculares. Y es que hasta para la gimnasia íbamos con bombachos de cebada quemada y con la camiseta de muselina nevada.
“Oiga, ¿no me habré equivocado de sitio, no será esto la comisaría? ¡Que lo que a mi me pasa es que tengo mareos y diarreas a manta palos!”El agente luego de verme la cara de gastroenteritis que traía me acompaña a la puerta número siete.
La sala de la consulta huele a café y a tintura de yodo. Son las tres de la tarde. El doctor que me atiende no me mira a los ojos como los médicos de antes. Su mirada pegada la tiene al plasma del ordenador. Tan sólo enfoca sus cejas chamuscadas de pixeles y bites, no a mí, sino a mi tez desnutrida para decirme a tenor del protocolo:
“¿Cual el motivo de su visita, los mareos, sus nauseas, o la diarrea?Sorprendido por su pregunta de manual administrativo intento hacerme el visto, ya que de mis mareos sólo le preocupa si vienen reflejados en la web del anuario médico. Y le contesto pedante:
“En este mundo globalizado e interdisciplinar que vivimos, o mejor que nos vive, señor galeno, nunca es una sola la causa de lo que nos pasa.”Sin comentario ahora por parte del facultativo, que sigue sin soltar de su mano el ratón inalámbrico.
Yo un tanto culpable por mi atrevimiento ilustrado, guardo silencio; y sumiso espero el veredicto de sus recetas. Pero no puedo acallar la palabra interior que para mí sólo queda:
“Fobias a determinados colores es lo que tú tienes, Blao. Y como un clavo quita a otro clavo, si la coreografía de este hospital fuese pintada con pinceladas y tonos menos agresivos, más íntimos, tu gastroenteritis sería ya agua pasada. ¡Que desempapelen el áseptico de su hipócrita blancura, que despinten la negrura del mirar ofuscado de este hospital sin ventanas es lo que necesitas, mas que una buscapina para tu irritación de barriga!”
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